A fines de la década pasada, el histriónico actor Jim Carrey se consagró por su rol protagónico en The Truman Show, la original película dirigida por Peter Weir. La elección misma del apellido Truman (true man en inglés equivale a “hombre real, de verdad”) desnuda la mirada irónica del film. A través de una ingeniosa alegoría, se exhibe a un posmoderno ser humano encerrado, sin conciencia, en una vida tan irreal como mediatizada. En dicho marco, sus horas transcurren dentro del perímetro de un vecindario artificial, controlado por cámaras escondidas que registran cada uno de sus movimientos y experiencias. Durante treinta años, su imagen es proyectada en directo y consumida como rutina por millones de ávidos televidentes.
No está probado que el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Jorge Telerman, haya leído el guión de la historia de Truman, pero bien podría haberlo escrito. De hecho, Telerman se ha convertido en el primer político vernáculo en utilizar el polémico formato de los reality shows para promocionar su figura entre los ciudadanos del distrito capitalino.
Días atrás, con más innovación que prejuicios, el creativo intendente ordenó transmitir en vivo y por Internet la imagen y el sonido correspondientes a tres horas de su agenda de trabajo. Así, los internautas (y eventuales votantes) pudieron verlo contestando llamadas de la prensa, atendiendo audiencias, y reuniéndose con empresarios y miembros de su gabinete. Todo ello, claro está, sin mirar a cámara, como si se tratara de una escena agregada a la obra de Weir.
Resulta evidente que la intención del jefe de gobierno es acercar su gestión a la gente y que, para ello, no escatimará esfuerzos ni canales. La videopolítica se instaló en la Argentina en 1983 y, desde entonces, algunos dirigentes vienen aprendiendo el arte con la velocidad del rayo. La preponderancia de los formatos audiovisuales por sobre los textuales obliga a los gobernantes a explorar nuevos vehículos de comunicación política. Y los despachos on-line ofrecen la ventaja ficcional de agregar transparencia al manejo de los asuntos públicos.
Como era previsible, no faltaron los agoreros y los críticos. Hubo quienes señalaron que la iniciativa de Telerman fue “puro show” porque proyectaba una imagen impostada, no real. Lo que no comprenden los que se resisten al impacto político de las nuevas tecnologías es que, en rigor, la imagen que se emite en una pantalla no es ni verdadera ni falsa; es virtual. Y, en el mundo de la virtualidad, lo que impera a la hora de posicionarse son las percepciones.
Además, la inédita modalidad proselitista insinuada por el intendente porteño promete explotar al máximo una creciente tendencia mundial: la fusión entre política y entretenimiento. En efecto, en la televisión de Estados Unidos y Europa se observa el avance de un género comunicacional hibrido y atractivo, el politainment. Día a día, el nuevo género audiovisual (mitad politics, mitad entertainment) parece reemplazar a las anacrónicas recetas de la propaganda de mediados del siglo XX.
¿Será que la política-espectáculo es la cara renovada del misterioso y controlador Gran Hermano que George Orwell presentó en su magistral libro 1984? Si así fuera, a Jorge Telerman no lo va a encontrar desprevenido. Él ya tiene su propio reality show y no dudará en ponerlo al servicio de su proyecto político de cara a 2007. On line.