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Tras el cruce con Aguinis, otra polémica envuelve a Verbitsky

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| Cedoc

La carta de Pedro José Güiraldes

Mi padre –el Comodoro Juan José Güiraldes– y Horacio Verbitsky se apreciaban y respetaban, coincidían en algunas cosas y pensaban distinto en otras. Sus contactos eran la continuidad de la amistad de mi padre con Bernardo –padre de Horacio– y su relación profesional comenzó a mediados de los años ’60, en las revistas Primera Plana y Confirmado, de la segunda de las cuales “El Comodoro” fue director y “Horacito” uno de sus más jóvenes redactores.

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Hacia 1977, según sus propios dichos, Horacio Verbitsky había abandonado la organización Montoneros, de la que fue uno de sus más importantes jefes. Tiempo después de ello se acercó nuevamente a mi padre, apremiado económicamente y en busca de ayuda.

En esos días mi padre estaba escribiendo “El Poder Aéreo de los Argentinos” y era el principal redactor de los discursos de los Comandantes en Jefe de la Fuerza Aérea Argentina de los años 1977, 1978 y 1979: Agosti y Graffigna. Verbitsky colaboró en la corrección del citado libro, publicado en 1979 por la Dirección de Publicaciones del Círculo de la Fuerza Aérea. Transcribo parte de su “Invocación. Agradecimiento y Dedicatoria”: “Este libro no hubiera podido llegar a la prensa de no haber recibido el permanente aliento y la eficaz colaboración de Horacio Verbitsky”. Yo fui testigo, uno de varios, de muchas de las innumerables reuniones de trabajo entre ambos, en la oficina de mi padre. Me consta además que Horacio colaboró también en la corrección de los discursos, porque mi padre me lo comentó específicamente.

Por haber sido dado de baja en 1952 y retirado desde 1955, mi padre no tuvo ninguna participación en la represión de las bandas armadas de la década del ’70. Pero estuvo siempre amenazado por las mismas, como tantos otros argentinos de bien y muchos de ellos tuvieron menos suerte y fueron víctimas de los terroristas. No obstante ello, “el comodoro” tenía convicciones muy claras y conocidas en materia de represión: el combate debía cesar cuando cesaba la resistencia armada, para dar lugar a arrestos y juicios ajustados al debido proceso. Esas convicciones le costaron sanciones y arrestos y lo movieron a salvar las vidas de los que pudo y tenía más cerca. Hay dos personas, chicos entonces, hija e hijo de un queridísimo colaborador, que lo visitaron, años después, para agradecerle haberles salvado sus vidas. La cárcel y la tortura de Jacobo Timerman –su ex socio– a manos de integrantes del ejército que no merecían ser tales y el asesinato de Elena Holmberg –su cuñada, hermana de mi madre– a manos de los esbirros de Massera, seguramente terminaron de convencerlo.

Pero eso no le impidió tomar partido a favor de la gesta de las Malvinas y acompañar y aconsejar a sus camaradas de armas, Lami Dozo a la cabeza, en aquellos días. Mi abuelo materno, Adolfo María Holmberg, padre de Elena, tomó el mismo partido. La pasión argentina de ambos, que me enorgullezco de haber heredado, siempre puede más que todas las razones, especulaciones y miedos.

Horacio Verbitsky debería ser más prudente, más justo y más inteligente, al juzgar a otros argentinos que pueden haber cometido errores en aquellos años, errores insignificantes comparados con los crímenes que él cometió en sus años de jefe montonero y los odios que sigue alimentando con su maniquea y perversa visión de nuestro doloroso y trágico pasado reciente.

La respuesta de Horacio Verbitsky

El texto de Pedro Güiraldes muestra la misma preocupación del presidente de la Sociedad Rural Hugo Biolcati por la pobreza y su mismo interés por acabar antes de tiempo con el Gobierno que el pueblo eligió hace menos de dos años. Cuando la primera Carta Abierta, la única en la que intervine, sostuvo hace un año que se había instalado “un clima destituyente”, no era posible imaginar que alguien lo encarnara en forma tan nítida como esta carta que firma Pedro Güiraldes. Igual que Aguinis, hace hablar a los muertos. Aguinis a mi padre, Güiraldes al suyo, ambos convocados como espectros que me condenan. Mi respuesta a Pedro Güiraldes será mucho más breve que su farragoso discurso: es falso, de cabo a rabo, todo lo que afirma de mí, salvo mi afectuosa relación con su papá.

El proyecto de un país para pocos destruyó el tejido social argentino desde 1975 hasta 2003 y reaparece ahora con virulencia. Esta carta de Pedro Güiraldes es parte de la ofensiva restauradora. Lo vi pocas veces en mi vida: cuando él era un niño durante un encuentro familiar en la playa, en ocasión del casamiento de una de sus hermanas, nunca en la oficina de su padre.

Quien refutará en forma más extensa y contundente las falsedades que escribe como presunto testigo es el comodoro Juan José Güiraldes, quien decía en vida todo lo contrario de lo que ahora le atribuye su hijo.

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