Ayer comenzó el juicio por el crimen del exgobernador de Río Negro, Carlos Soria. La única acusada es su mujer Susana Freydoz. Ahora se supo que al parecer la mujer había encontrado un mensaje que el flamante gobernador le enviaba a su amante: “Pese a todo te sigo extrañando”. Luego sucedió el asesinato.
Freydoz llegó a la audiencia del juicio en un auto del hospital en el que está internada desde que mató a su marido. Pesa sobre ella la acusación de homicidio calificado por el vínculo, agravado por el uso de armas de fuego. La estrategia para atenuar una cadena perpetua es mostrarse dopada y víctima de un trastorno psiquiátrico.
Por esa razón se negó a declarar, mantuvo la mirada en el piso y lloró cuando escuchó lo que sus hijos habían dicho de ella, según informó Clarín. Ayer declararon ante los jueces Carlos Gauna Kroeger, María García Balduini y Fernando Sánchez Freytes su hija María Emilia (lo hizo a puertas cerradas), el novio de ella, Mariano Valentín, y dos policías que estaban de custodia la madrugada del crimen.
Martín Soria, uno de los cuatro hijos de la pareja y actual intendente de General Roca, declaró: “Cuando llegué mi viejo estaba desnudo y tenía sangre en los oídos, pero aún respiraba. Corrí al baño y me encontré a mi mamá acurrucada en el piso forcejeando con mi hermana . Le grité: ‘¡¿Qué le hiciste a papá?! ¡Sos una hija de puta!’ Nunca me voy a olvidar de la mirada que tenía: oscura, como un perro cuando muerde”.
“Ella lo siguió –declaró Emilia, la única hija que estaba en la chacra–. Enseguida discutieron. Ella le gritaba: ‘¡Por tu culpa me voy a matar!’ Y él le decía: ‘Estás loca’. Cuando escuché el disparo, entré. Mi mamá tenía la expresión de un monstruo. Me miró y me dijo: ‘La bala era para mi’. Y empezó a correr para todos lados, quería agarrar el arma. Gritaba: ‘¡Dejame terminar con esto!’”.
Hijos y amigas íntimas contaron que Susana le revisaba el celular, copiaba los teléfonos y llamaba a uno por uno para ver de quiénes eran. Que siempre había querido controlarlo: que, alguna vez, le puso Lexotanil picado en el mate para que se quedara en casa.
Una semana antes de matarlo, encontró a una tal Paula, kinesióloga de 36 años, que amenazaba con su juventud robarle lo que le pertenecía. A pesar del consejo de divorcio, ella le dijo a sus amigas: “A esta altura de mi vida yo no se lo voy a regalar a ninguna chirusa”, contestó. Y empezó a montar guardias en la puerta de la casa de la amante. Luego sucedió la tragedia.