— Y, ¿qué va a pasar el jueves? — quiso saber el dueño de la parrilla, Sergio Villarruel, más en su vocación de periodista que en su forzado rol de empresario gastronómico.
— Va a haber un gran despelote —le contestó Atilio López.
— ¿En serio?
— Pará que te explicamos.
"El Negro" López era uno de los tres líderes del sindicalismo de Córdoba en su doble papel de secretario general de la Unión Tranviaria Automotor (UTA) y de la Confederación General del Trabajo (CGT). Había ido a comer con su abogado, Lucio Garzón Maceda, y otros gremialistas aquel mediodía del martes 27 de mayo de 1969 a El Manantial, la parrilla que Villarruel había abierto cuando lo echaron de Canal 10, hacía casi tres años, luego del golpe del general Juan Carlos Onganía.
Uno de los comensales tomó una birome y comenzó a dibujar en el mantel de papel blanco el mapa de la protesta contra la dictadura que estaban organizando junto con el Smata, el sindicato de los mecánicos, y Luz y Fuerza; en los últimos días, habían invitado a la Unión Obrera Metalúrgica y a algunos gremios industriales. Y también a grupos de estudiantes universitarios para que provocaran tumultos que distrajeran a la policía.
— La columna central, la más importante, va a ser la del Smata y va a venir del sur hacia el centro —dijo Garzón Maceda.
Era la infantería de la rebelión popular que pasaría a la historia como el Cordobazo; los sindicatos pensaban tomar el centro de la ciudad de Córdoba con esa columna, nutrida con los cinco mil disciplinados y decididos trabajadores de la planta de Santa Isabel, de IKA/Renault, y de otras fábricas, liderados por el secretario general del Smata, Elpidio Torres.
López, por su parte, garantizaba la adhesión del transporte y el uso de los colectivos para llevar trabajadores al centro; con algunos ómnibus cerrarían calles y puentes para entorpecer la represión y favorecer la lucha callejera contra la policía. En tanto, "El Gringo" Augusto Tosco se comprometía a “bajar la palanca”, a dejar sin luz a la ciudad, y a marchar al frente de Luz y Fuerza y de otros gremios “independientes” desde el norte, siempre hacia el centro. Era muy querido por los estudiantes y con ellos había organizado barricadas, pedradas y otras “tareas diversionistas” contra la policía.
Desde el este llegarían los trabajadores de los otros gremios industriales, como la UOM del peronista ortodoxo Alejo Simó. Villarruel contemplaba azorado cómo el mantel se iba llenando de rayas, cruces, círculos y palabras.
— Bueno, bueno, atiéndanme: si eso es lo que está preparado, realmente va a ser un despelote grande.
— Pará, que hay más —lo atajó uno de los comensales.
Y le contó que desde hacía varios días tanto en la sede como en el camping del Smata decenas de delegados sindicales y militantes estudiantiles estaban siendo instruidos en el armado de bombas molotov “para defendernos de la policía".
— Hasta Elpidio y "El Gringo" han tomado clases; las paredes han quedado negras por las prácticas —comentó Garzón Maceda.
Los comensales agregaron que delegados del Smata de la planta de Santa Isabel habían fabricado grandes hondas de hierro para lanzar bulones extraídos de rulemanes, sobre todo contra los policías a caballo, que eran los que más miedo metían.
También le marcaron los puntos de la ciudad donde habría mini concentraciones y peleas con la policía.
— Si ustedes hacen eso, yo me comprometo a invitarlos a comer a todos —soltó Villarruel; se frotaba las manos imaginando la nota que podría hacer para Canal 13 de Buenos Aires, que acababa de contratarlo como corresponsal en Córdoba.
La cobertura de Villarruel fue extraordinaria, el micrófono en la mano y la espalda contra la pared para cubrirse de balazos, bulones y gases lacrimógenos. Tanto que de inmediato fue llamado a Buenos Aires, donde se convirtió de la noche a la mañana en la cara más visible del noticiero del Canal 13; un rostro serio, concentrado, confiable; el autor de entrevistas a Juan Domingo Perón, Fidel Castro, Salvador Allende, James Carter y Felipe González, entre muchos otros.
"De Buenos Aires no vino nadie. Y los canales cordobeses tampoco cubrieron la información porque sus periodistas también estaban haciendo el paro", recordó Villarruel poco antes de morir, en 1997.
“Lamentablemente para nosotros, Sergio se fue para arriba y nunca pagó esa comida”, bromea Garzón Maceda. El Cordobazo comenzó el 29 de mayo de 1969 a las 10 de la mañana como un paro activo por 36 horas; los trabajadores salieron de las fábricas y los negocios y marcharon encolumnados hacia el centro de la ciudad, listos para el combate callejero. Torres, López y Tosco habían planeado esa lucha en detalle, pero no esperaban que ya las 14,30, la policía se refugiara en la jefatura y en la Guardia de Infantería por falta de gases y abundancia de miedo.
Durante varias horas la ciudad estuvo en manos de unos diez mil manifestantes, hasta que el Ejército pudo controlar la situación, casi veinticuatro horas después del comienzo de la protesta. Ardieron barricadas en las esquinas, decenas de automóviles fueron incendiados y la ciudad pasó la noche a oscuras; fue allí cuando aparecieron misteriosos francotiradores que mantuvieron a raya a los militares.
En total, hubo cuatro civiles muertos: un obrero baleado por la policía (Máximo Mena, trabajador de IKA), un anciano que murió de un infarto, un turista víctima también de la policía y un estudiante cuando hostigaba al Ejército por la noche como francotirador, según las cuentas del periodista Carlos Sacchetto, que cubrió esa noticia. Ciento setenta personas fueron heridas, más de trescientas resultaron detenidas y los daños materiales fueron inmensos aunque las autoridades no los calcularon o no informaron sobre ellos.
En síntesis, el Cordobazo tuvo tres etapas: comenzó como protesta obrera, se transformó en rebelión popular y terminó como insurrección urbana.
(*) Editor ejecutivo de la revista Fortuna; fragmento extraído de su último libro ¡Viva la sangre!