La democracia argentina ha sufrido tantos avatares, desde las elecciones fraudulentas de la Década Infame hasta su asesinato por una cruenta dictadura militar, que lo que ha venido después, con más defectos o más aciertos, ha sido bienvenido, aún con todas sus imperfecciones.
Sólo hubo un momento en que el colectivo imaginario volvió a rebelarse, cuando en el 2001, a caballo de un golpe institucional, la gente aprovechó para repudiar a toda la dirigencia política que en los últimos diez años se había inclinado más por la defensa a ultranza de sus intereses de grupo que por cumplir su obligación de velar por los de la ciudadanía en general.
El menemismo se identificó como el non plus ultra de la astucia en acudir a vericuetos pseudolegales para eternizarse en el poder. Mientras, llevó a la economía del país a la ruina y llevó a la impúdica riqueza a todos los que fueron leales a ese nuevo "estilo" de gobernar para beneficio de unos pocos. Sin embargo, hubo valores que aún en las peores etapas del dominio de Carlos Menem, fueron intocables, como la transparencia de las elecciones, o al menos se dio esa impresión.
Hoy, después de cuatro años de kirchnerismo, la calidad de las instituciones se ha deteriorado de las más variadas pero sutiles formas, o no tan sutiles, pero al parecer, poco advertidas por la gente común. Una vez más, el valor de la estabilidad económica fue el mejor recibido por los ciudadanos en este período tan característico del kirchnerismo. En los primeros años, gracias a las reformas aplicadas en el breve interinato de Eduardo Duhalde, el país comenzó a florecer ante el asombro de los gobernados, que una vez más habían caído en la desesperanza.
Sin embargo, con el correr de los años de la actual administración, se fueron advirtiendo quiebres en la obligatoria defensa de las instituciones que, como siempre ocurre en tiempos de mediana bonanza, pasaron desapercibidos por el grueso de la opinión pública.
Cada vez más seguros de haber desembarcado para no irse más -igual que había ocurrido en tiempos del menemismo- el kirchnerismo comenzó a cometer errores, con la certeza de que no serían advertidos ni serían motivo de eventuales condenas sociales.
Para ello se aceitaron muy bien casi todos los engranajes. Bajo el dominio de Néstor Kirchner, las centrales obreras que en su tiempo contribuyeron a la caída del gobierno de Raúl Alfonsín, se colocaron bajo el ala del poder político, después de haber recibido ping�es subsidios a sus obras sociales, guiños en negocios con el propio Estado y una cierta carta blanca para moverse a su antojo, siempre que no molestaran al Gobierno.
Los grupos de poder económico no se vieron menos beneficiados: con la excusa de un sistema distinto al que imperó en el menemismo, en el que se rindió culto a la iniciativa privada -triunfante sin embargo, gracias al apoyo del propio poder político- al final se hizo exactamente lo mismo. Se beneficiaron negocios por la devaluación del dólar, que facilitó el renacimiento industrial y el crecimiento en las exportaciones de productos primarios, sólo gracias a una receta de dólar alto que había inaugurado el antecesor de Kirchner y que ahora deriva en una inflación que parece imparable.
Lejos de iniciar un nuevo período de homenaje a las instituciones, el Gobierno actual predicó una concertación política que en los hechos se convirtió en cooptación de dirigentes de otros partidos a cambio, también, de muy caros favores. Favores que se vieron traducidos en los envíos de fondos a determinadas provincias, en privilegios a determinados intendentes y a oferta de cargos y promesas de futuros lugares de privilego en el hipotético segundo turno kirchnerista.
Todo se preparó al detalle, pero curiosamente, varias pruebas electorales provinciales previas a la gran elección, demostraron que en el espíritu del votante no sólo los favores y la mano abierta generosa para distribuir fondos es lo que se tiene en cuenta. Así triunfaron, contra todos los pronósticos, candidatos de partidos opositores que siempre rechazaron ser captados por la atracción indecible de quien maneja los recursos de una nación entera.
Hoy, a un mes de las elecciones, todo lo que debió repartirse ya se repartió, y al poder le queda sólo un importantísimo as en la manga: con la connivencia de consultoras, de legisladores oficialistas, de gobernadores adictos al poder central, del favor del poder económico, el gobierno de Néstor Kirchner hizo algo que hasta ahora no se había conocido: nombró a su esposa como sucesora de su "dinastía" y ya la instaló, no como candidata oficialista, sino directamente, como "presidenta electa".
Así, el Presidente suma a su esposa a todo acto y visita oficial, y le asigna tareas de responsabilidad como si ella ya hubiese sido votada y ya hubiera sido elegida. Claro que las ventajas de realizar una campaña de ese modo son infinitas: Cristina, ahora en Estados Unidos, tiene el programa de actividades típico de una mandataria electa, y que por lo tanto ya toma decisiones porque sólo le quedan unos meses para asumir.
Ningún candidato de la oposición ha tenido la posibilidad de realizar una campaña de igual nivel: es que todos carecen de los fondos que sí se han puesto a disposición de la postulante oficial. Claro que todo tiene un límite, y ahora, un puñado de juristas plantean requerir informes y realizar protestas -con pocas posibilidades de ganar, por supuesto- porque consideran que el pueblo argentino, a través de los fondos que administra el Poder Ejecutivo, está solventando la campaña electoral de la mujer del Presidente.
Curiosamente, no fueron los candidatos opositores los que se han ocupado de señalar hechos tan irregulares como ese, porque ya de antemano se sienten perdedores. ¨Cómo competir frente a un dirigente que ya es una virtual elegida, porque así lo ha decretado el poder de turno?.
La cuestión es que la tan mentada calidad institucional ha sufrido un creciente deterioro, y no parece probable que Cristina, si ganara efectivamente los comicios, se preocupará de mejorarla, si justamente esas fallas vienen favoreciéndola en su ambición por continuar la dinastía kirchnerista.
Tal vez por ello no se siente en la obligación republicana de adelantar a sus ciudadanos su plataforma política, de explicar cómo hará para lidiar y superar algunos de los gravísimos problemas que afronta el país, particularmente en el campo económico y social.
¿Por qué hablar de medidas para paliar la inseguridad, si el discurso oficial señala que ésta prácticamente ha desaparecido?
¿Por qué mencionar los terribles efectos de la inflación, si a nivel presidencial se explican solamente como fruto de una "tensión del crecimiento"?
¿Por qué hablar de la incapacidad de los ciudadanos de clase media y baja por acceder a mejores empleos, mejores pagos y a una vivienda, y de lograr a créditos para mejorar sus vidas, si para el INDEC la pobreza y la desocupación han disminuido drásticamente, y el consumo crece sin parar?
¿Para qué hablar de aislamiento internacional, si se pregonan las virtudes del espaldarazo del venezolano Hugo Chávez, que en realidad está haciendo magníficos negocios con la Argentina, como fuente de todos los beneficios?
Hay dos realidades en el país: la de los números que maneja el oficialismo y las de los números que maneja la gente. Solo falta esperar conocer el nivel de credibilidad que ha logrado el kirchnerismo en la ciudadanía, cuyo índice verdadero se conocerá en la noche del 28 de octubre.