Por Avenida de Mayo era casi imposible caminar, incluso era difícil respirar. La columna de La Cámpora no dejaba entrar un alfiler y sus banderas blancas se extendían cientos de metros. En el escenario había terminado de tocar un Fito Páez tapado por la incesante percusión oficialista. El movimiento Kolina, de Alicia Kirchner, se ubicaba con sus banderas verdes a la derecha del escenario y Vatayón Militante vendía merchandising K.
Pantallas gigantes, juegos de luces, globos flotantes, inflables enormes, importantes artistas invitados, fueron todos indicadores de que se contó con un presupuesto generoso para organizar la gran fiesta del Gobierno. No había banderas ni pancartas improvisadas o caseras, y apenas se veían símbolos patrios sin alguna marca K.
El corazón de la Plaza fue ocupado por los grupos más cristinistas, mientras que los ligados a intendentes y provincias quedaron más relegados. Las esquinas estaban ocupadas por puestos de comida que no dejaban de producir humo, y carpas en las que se vendían pines con la cara de los principales dirigentes oficialistas, remeras con lemas y con estampas de “La déKada ganada” y cuadros con las caras de Néstor, Cristina y Hugo Chávez.
La verdadera fiesta estalló al finalizar el discurso de la Presidenta: fuegos artificiales fueron lanzados a granel, Poncho y Pablo, y los acróbatas que treparon frente a edificios.