El anuncio de la conformación del gabinete que acompañará a la presidenta electa
Cristina Kirchner fue el primer acto de gobierno de la senadora y, por ende, la
primera señal que permite una lectura inicial del color que podría tener su gestión.
La
"profundización del cambio" fue el lema que impulsó cuando era candidata y su
gesto primigenio tuvo más impresión de continuidad que de modificación.
Claro que siendo la esposa del hasta ahora presidente, Cristina no tenía muchas chances para
mostrar una voluntad más fuerte por presentar a la ciudadanía la imagen de un gobierno nuevo: si
eso hiciera, de alguna forma estaría desvalorizando lo hecho por su esposo.
Las opciones que tuvo Cristina para aplicar su sello propio, el que todavía no se conoce,
estuvieron reducidas a una idea: la de desdoblar el ministerio de Educación. La decisión fue
bienvenida, porque casi todos los candidatos, leyendo un reclamo de la gente, reconocieron que la
crisis de la educación es la base de todos los males que afectan al tejido social del país.
La presidenta electa no dejó de vincular en su discurso a la inseguridad y a las persistentes
diferencias sociales con la falta de acceso a una educación real, más que la formal que, como ha
continuado inalterable, demostró estar vacía de contenido.
La otra novedad en la constitución del nuevo equipo la dio el designado ministro de Economía,
Martín Lousteau, que le había caído bien a Cristina en una visita en la que
coincidieron en España.
Tal vez la designación del joven economista fue la mayor sorpresa, aunque sólo por el nombre
elegido, y no tanto por el fondo de la cuestión.
Después de
Roberto Lavagna, el kirchnerismo optó por "blanquear" la situación y poner en el
Palacio de Hacienda a hombres o mujeres de muy bajo perfil político, solamente con características
de buenos técnicos aptos para armar los números que le dictaba desde la Casa Rosada
el presidente Kirchner, que de hecho demostró
ser el verdadero conductor de esa cartera.
La vocación del hasta ahora presidente por el manejo directo de la economía se revela en cada
una de sus palabras. Cristina Fernández no estrenó su responsabilidad de mandataria electa con
personalidad propia, pero en definitiva, nunca se conocieron los límites políticos e ideológicos
entre las dos partes del matrimonio.
Los dos, cuando estaban fuera del poder de la Nación, se mostraban críticos, contestatarios,
valerosos a la hora de oponerse al presidente de turno. Al ascender al trono de la Casa Rosada,
Néstor y Cristina parecieron haber concentrado su capacidad de beligerancia en una batalla inútil
contra la prensa.
Cristina piensa igual que su marido respecto del denominado
"cuarto poder": con la forma estricta de manejar la cosa pública e impedir
cualquier disidencia interna,
la prensa sigue siendo el único grano que molesta a los esposos Kirchner. Es que
gracias a la acción de los medios fue que se descubrieron algunos escándalos con sospechas de
corrupción dentro del propio seno del gabinete. Así, por acción de una denuncia periodística,
Felisa Miceli tuvo que dejar el ministerio de Economía, lo que además demostró que
no variaba en un ápice la política para el sector, que ya por entonces había asumido directamente
el primer mandatario. También la prensa no ha dejado en paz al hombre más poderoso del gabinete,
que continuará: el ministro de Planificación,
Julio de Vido.
Lousteau, por más virtudes que tenga o se le asignen como economista, no parece que con su
corta experiencia en el manejo de cosas políticas y su corta edad pueda hacerle frente a la futura
mandataria si alguna vez no compartiera alguna directiva: al parecer, los Kirchner se aseguraron
con su nombramiento de contar con alguien que no genere ningún conflicto ni reclame por sus propios
proyectos.
Al menos así quedó demostrado cuando dejó trascender que no le incomoda la eventual
continuidad del polémico secretario de Comercio Interior,
Guillermo Moreno, y de los consiguientes desaguisados en el
INDEC.
La segunda etapa de la era kirchnerista entra en acción con los mismos nombres fuertes que
tuvieron predominio en los primeros cuatro años de esta gestión que al menos el matrimonio imagina
continuando en un tercer mandato, intentando crear una verdadera dinastía en la Argentina.
Julio de Vido, Aníbal Fernández y Alberto Fernández serán los mismos hombres "fuertes" del
gabinete de Cristina y son ellos quienes garantizan que seguirá más de lo mismo.
Tendrá sí, que haber algún retoque cosmético, pero ni siquiera allí parece alcanzar todavía
la mano de una Cristina que hasta ahora no demostró ambición por diferenciarse de su esposo.
Ningún radical K que resignó prestigio, honorabilidad y conducta para pasarse a las filas del
oficialismo aparece con algún tipo de premio formal, como algún nombramiento. La concertación,
quedaba claro ya desde hace mucho tiempo, tenía el único propósito de sumar votos.
Dicen que queda en manos de Cristina el dibujo de una nueva política internacional, uno de
los lados más débiles de la administración de su esposo. Si lo lograra, sería un importante punto a
favor de la "profundización del cambio", porque el aislamiento internacional en el que Kirchner
colocó al país, con el inefable Hugo Chávez -el que nunca se calla- como único aliado fue tal vez
uno de los errores estratégicos más graves de la actual gestión.
Con la "profundización del cambio" vendrán también los demorados ajustes en las tarifas
públicas; vendrá la prueba crucial sobre el desempeño de las reservas de energía para afrontar un
verano que se preanuncia como tórrido, y vendrá el reacomodamiento de las fuerzas de la oposición,
golpeadas por el abrumador triunfo de la candidata oficialista.
Se espera también una etapa que estaría marcada por la confrontación con los gobernantes de
la oposición que desafiaron y vencieron al kirchnerismo en el interior del país, y ni hablar con la
guerra que ya se desató contra el jefe de gobierno porteño electo, Mauricio Macri.
La "batalla" contra la oposición, por el momento, se centró en la líder de la Coalición
Cívica,
Elisa Carrió. El kirchnerismo parece no estar nunca conforme con el triunfo:
cualquier señal de crítica o irrita como si se pudiera poner en jaque el enorme poder que ha sabido
construir.
Habrá que ver si Cristina tendrá margen para ser ella misma como presidenta, o si lo que se
ha planteado es la continuidad de una corporación política en la que sólo cambian los nombres, para
asegurar que el poder que ostentan no sufra ni la menor fisura.