Hace unos días, cuando llamé al director de Perfil, Jorge Fontevecchia, para solidarizarme por el ataque que sufrió durante el último cacerolazo en Plaza de Mayo por integrantes de la patota progubernamental, le conté que algo parecido me ocurrió la semana pasada mientras participaba del seminario “Los desafíos de América Latina, entre las falencias institucionales y las oportunidades de desarrollo”, invitado por la Fundación Libertad de Rosario. Hasta ahora no había querido darle demasiada trascendencia al hecho pero me pidieron que lo cuente y acá estamos.
Los que hablamos en ese encuentro, lo hicimos exponiendo nuestras ideas, nuestros principios y nuestra certeza de que existe una perspectiva de progreso para la región y esa oportunidad va de la mano de las herramientas que usan las naciones a las que les va bien. Por supuesto hubo críticas a las políticas que llevan adelante algunos países de la región, con especial énfasis en el nuestro, posiblemente debido a ser el anfitrión y a que el conflicto agropecuario evidenciaba las falencias del modelo en tiempo real.
Se criticaron medidas, desvíos institucionales, formas de proceder, intentos de hegemonísmo, populismo y varios etcéteras; en definitiva se criticaron las ideas, pero no se las intentó suprimir.
Paralelamente, un grupo de personas se manifestaba en contra del encuentro en forma más o menos ruidosa, pero sin llegar a la violencia. Lamentablemente tuve la ingrata exclusividad de ser atacado directamente por un sector reducido de ese grupo al salir de un restaurante a la noche; me amenazaron, me insultaron, me corrieron para golpearme, hasta que los enfrente y se fueron. No eran más de diez, algunos con la cara tapada, algunos con palos en las manos, todos jóvenes, todos parecían enojados.
¿Tenían razones para estar enojados? Durante los últimos cinco años, pero especialmente durante toda esa semana, el Gobierno Nacional había jugado al juego que mejor le sale; a los buenos contra los malos.
Los Kirchner, cada uno a su turno, desde el palco o el atril, aseguraron en cadena nacional que existe un plan para desestabilizar su gobierno, un golpe institucional en su contra pergeñado por los malos de turno. Y como a toda acción le corresponde una reacción, después de la arenga llega el ataque de los grupos de choque.
En la sucesión de discursos durante la crisis agropecuaria, la Presidente fue clara al marcar el objetivo y las consecuencias no tardaron. Primero los malos fueron los productores agropecuarios que protestaban en las rutas, y entonces la familia Moyano desempolvo los camiones para colaborar con la paz social. Después los malos fueron los periodistas independientes, llegando a acusar de golpista a un artista plástico y entonces, los que tienen la mala suerte de tener una cara conocida, como Fontevecchia, corrieron la suerte que ya sabemos mientras ejercía su profesión en una plaza que dejaba de ser espacio público para convertirse en propiedad de la patota.
Más tarde los enemigos fuimos los que simplemente pensamos distinto y lo decimos, los que creemos en el valor de la libertad como eje fundamental del desarrollo de un pueblo, los que pensamos que la Argentina tiene que abrirse al mundo, los que nos oponemos a los impuestos abusivos y no legislados. Los palos llegaron entonces hasta Rosario.
La peligrosa técnica no deja de ser una advertencia para el que ose salirse del discurso único. Con unos cuantos no han podido.
Mientras pensaba en este artículo repasé mis experiencias en los últimos años; en 2003, a lo largo de la campaña presidencial, sufrí varios ataques durante mis actos; en La Plata, Misiones y Resistencia, este último en la sede de la Universidad Nacional, doblemente grave por el lugar. En 2005, mientras competía con la actual Presidente por la senaduría de la provincia de Buenos Aires, al entonces Primer mandatario le molestó algo que dije, me señalo y recibí la visita de una patota durante la presentación de mi libro La nueva propuesta, Fontevecchia fue testigo porque participaba gentilmente del panel.
En 2006 el escenario que eligieron para agredirme fue el de la Universidad Nacional de La Plata, donde estudié y fui profesor durante muchos años, ahí tenía que dar una clase abierta sobre economía y no pude porque los jóvenes que colmaban el auditorio se atemorizaron y se fueron. Fue la agresión que me puso más triste por el ámbito que se vulneró. Al ataque modelo 2008 lo narré más arriba.
Soy de los que creen, como Sarmiento, que las ideas no se matan, que un país se construye con el pensamiento de sus hombres y mujeres, con debate, disenso, discusiones, diálogo y acuerdos, pero no mediante la violencia. La Argentina tiene una triste historia de desencuentros y violencia, es tarea de sus líderes no repetirla, ojalá estemos a la altura del desafío.