Todo orador debe tener en cuenta lo que sigue: a partir de los cinco minutos la atención del que escucha empieza a decaer. A la media hora, las ondas cerebrales son similares a las del sueño profundo. Las personas se automatizan y aplauden de manera mecánica, cuando se supone que deben hacerlo. Protocolo. Basta que uno mueva las manos, para que todos los sigan.
En los discursos largos, más que los contenidos, importan los tonos. Es decir, el estado de ánimo del orador. Cristina está enojada. La gran pregunta es: ¿Con quién?
Salvo el pedido final a Inglaterra para que permita el vuelo de los familiares a las islas, que tuvo un sesgo conmovedor, el resto de sus palabras destilaron irritación. Si el primer centenario fue una explosión de esperanza y alegría, el bicentenario (acuerdo propuesto incluido) viene cargado de rabia.
Perón entendía el siglo veintiuno como una bisagra; suerte de punto culminante en el que el destino de los argentinos quedaría sellado: unidos o dominados. Pues bien, nunca imaginó semejante nivel de enojo.
Hay dos tipos de personas. Aquellas que culpan al mundo de sus males. Y las otras, esas que se hacen cargo y solucionan los problemas. Cristina parece luchar a brazo partido contra un enemigo invisible. O blanquea quién es (situación que podría resultarle bien incomoda), o corre el riesgo de quedar pegada a lote de los primeros; esos que van por la vida buscando excusas.
* filósofo y publicista.