Los códigos procesales establecen para los juicios reglas vetustas y dinámicas obsoletas, que entre muchas otras cosas horribles, ofrecen altos márgenes de manipulación para direccionar un caso judicial. Con un poco (muy poco) de imaginación, se pueden usar herramientas legales para hacer trampa. Por cada previsión orientada a garantizar transparencia, existe una maniobra que permite digitar jueces y fiscales, para incorporarlos o sacarlos de un caso. La experiencia indica que, en mayoría abrumadora, todo episodio de manipulación fue el comienzo de una trama irregular. No es una teoría, es una estadística. La antesala del escándalo. En los hechos, la puerta de entrada para todos los factores que pueden distorsionar un caso, y que no son pocos. Y que dejan ver a los tribunales de Justicia como un lugar lúgubre; la parte vieja del cementerio de la Chacharita despierta más simpatía. En muchos casos, sólo al final del camino vemos la trampa hecha al principio.
Los jueces que intervienen en las distintas instancias de un caso son clave: pueden hacer cronoterapia, esperar que pase el tiempo y así lograr que no prosperen determinadas investigaciones. La justicia llegará, si llega, a destiempo, cuando nadie la espera ni la necesita. O pueden también acelerar sus investigaciones y, eventualmente, instrumentar operaciones de alto contenido político. También pueden hacer lo que tienen que hacer, según sus convicciones, sin ponerse a pensar qué repercusiones tendrá una decisión.
Todos los gobiernos intentan, en mayor o en menor medida, y sin el sentido poético más elemental, la construcción de una Justicia alineada, permeable. Todo el sistema de nombramientos y remociones de jueces y fiscales se encuentra cuestionado de manera permanente. Los concursos establecidos para sus nombramientos y los procesos para destituirlos están teñidos de intrigas y, con excepciones, entregan resultados de muy baja calidad. Y cada tanto se pone en evidencia la intención de modificar el diseño del Consejo de la Magistratura para dominarlo, y así conformar un espacio propicio para condicionar a los jueces. Para no advertirlo, hay que estar muy desorientado.
Si los tribunales se convierten en teatro de operaciones políticas, la Justicia pierde independencia, y lo menos grave que les ocurre a los jueces es que ya nadie les cree. A los periodistas les puede pasar algo parecido.
En este complicado escenario, cuando a priori se sospecha de todo, no debe sorprender que en los casos difíciles, de alto impacto, intervengan abogados terriblemente poderosos e influyentes. Tal mi caso.
*Abogado penalista, defensor en el caso Ciccone.