Venezuela sigue logrando lo que otros temas de la política exterior no consiguen desnudar: las diferencias de pensamiento dentro del Gobierno, consecuencia natural de la convivencia de espacios políticos que piensan al mundo en claves diferentes. El último cruce de la futura embajadora en Rusia, Alicia Castro, al canciller Felipe Solá por sus declaraciones sobre la vigencia del Estado de derecho en ese país lo prueban. Así como las repercusiones en la nación bolivariana.
“Después de las aclaraciones de @alferdez (Alberto Fernández) es llamativo que el canciller siga machacando contra Venezuela. Sería oportuno que se exprese contra la proscripción y condena de Correa en Ecuador, el gobierno de facto de Bolivia que posterga elecciones, la situación de Chile y de Brasil”, gatilló Castro, en respuesta a declaraciones de Solá en radio La Red. También retuiteó un posteo similar del politólogo José Cruz Campagnoli. Ambos participarán de una charla virtual hoy de la Progresista Internacional que Castro promocionaba en su cuenta.
Desde la Cancillería, le restaron relevancia al comentario, si bien no ocultaron la molestia que ocasiona. No es la primera vez que Castro se diferencia de la línea del Ejecutivo en el tema. Diez días atrás, también tildó de “injerencista” la decisión de abstenerse y no votar en contra de la condena al gobierno de Nicolás Maduro por violaciones a los derechos humanos en Naciones Unidas.
Entrevistado por Luis Novaresio respecto a si “hay Estado de derecho en Venezuela”, Solá respondió con el equilibrio característico de la Rosada: “irregular”. Reconoció su legitimidad de origen, el acoso de las sanciones y cuestionó la “relación cuasi bélica con la oposición dura”. En sintonía con Fernández.
El problema radica en la naturaleza diversa del Frente de Todos que nuclea a espacios políticos que, en el pasado, se pronunciaron en forma antagónica sobre Venezuela. Hoy se puede hablar de un ala más pragmática que ganó la Cancillería y mide sus logros con la vara del comercio exterior. Y luego hay un ala más ideológica, arraigada en la construcción de posicionamientos regionales, que modera sus críticas en lo que refiere al relacionamiento con Washington pero cuya línea roja pasa por Venezuela. Lo entiende como una bisagra en la que se juega la integración latinoamericana.
Castro tampoco proviene del mismo espacio que Solá. De hecho, Rusia y China fueron embajadas reclamadas por la vicepresidenta Cristina Fernández en el juego de influencias. Además, como ex embajadora en aquella nación entre 2006 y 2011, mantiene sus propios vínculos y amistades, aunque en el organigrama Solá sea hoy su jefe.
Ayer, en Caracas, la vicepresidenta de la Asamblea Constituyente, Tania Díaz, retuiteó un video que citaba el cruce entre ambos. “El canciller argentino, por ignorancia o falta de rigor intelectual, tuvo la ligereza de sumarse a los infundados ataques contra Venezuela”, esgrimió.
Curiosamente, desde el otro lado de la grieta venezolana, el “canciller” de Juan Guaidó, el dirigente Julio Borges, cargaba contra otro ministro de Fernández, Agustín Rossi, por no considerar “a Maduro como una amenaza para la paz del continente,” en alusión a la “presencia de grupos como ELN, los ex FARC y Hezbolá”. El precio que se paga por el equilibrio.