A seis semanas de haber asumido, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri sufren el mismo mal, ya que ninguno de los dos logra engranar del todo y preventivamente han tenido que mantener los motores a media máquina. Casi como rutina, cada vez que deciden acelerar un poco, la realidad los acomoda y los conflictos los superan, hasta que logran encarrilarse nuevamente. Los dos dejan la sensación, hasta ahora, de que les cuesta manejar la sintonía fina de los tiempos de cada gobierno.
Aún desde las antípodas de las ideologías, la lista de tropiezos de ambos protagonistas ha sido notable, desde que llegaron a sus respectivas poltronas por la voluntad mayoritaria de los votantes, algo decisivo, ya que en ninguno de los dos casos se pueden computar flaquezas de arranque, tal como le sucedió a Néstor Kirchner, cuando tuvo que cargarse el país al hombro con menos de 23 por ciento de los votos, tras haber perdido el primer turno electoral.
Pero precisamente por esa confianza que le han dispensado las urnas, la Presidenta y el Jefe de Gobierno porteño han quedado prisioneros de sus eventuales logros, rubro donde hasta ahora poco han podido acreditar, atados, como han estado, al día a día y a los incendios que debieron apagar.
Cristina, apabullada por la ola de calor y bombardeada por la valija de Antonini Wilson, en estos días a cargo del Ejecutivo derrapó bastante en materia de política exterior en cuanto a la relación con los Estados Unidos, tragó saliva para disimular el fracaso de su propio esposo en Colombia y buscó antes que nada acercarse a Francia, con su aval al ferrocarril de Alta Velocidad a Rosario que construirá el consorcio Veloxia, un proyecto nada prioritario que suma más dudas que certezas, cuyo anuncio pareció poco atinado, en pleno auge de tragedias en las rutas y de trenes varados por doquier, aunque se hizo obligado por la presencia en el país del ministro de Transporte francés, Dominique Bussereau.
Si bien ese consorcio es liderado por la francesa Alstom, el mismo tiene características multinacionales, ya que en la sociedad hay otras tres empresas de origen hispano-argentino y la mitad de una de ellas tiene socios italianos: la consultora española Isolux Corsán (cada vez más activa en negocios con la Argentina), la constructora local IECSA, (traspasada hace pocos meses por Socma -de Franco Macri- a sus sobrinos, Angelo y Fabio Calcaterra, quienes ahora le acaban de vender la mitad al Grupo Ghella de Italia, con experiencia en la construcción del tren Transiberiano) y EMEPA, también argentina, especializada en reparación y recuperación de material ferroviario, con talleres de Chascomús.
Entre los interrogantes que nadie se atreve a responder sobre el proyecto del TAVE (reminiscencia del AVE español que a Cristina y a su hija Florencia tanto les ha gustado) es, en primer término, cuánto costará el boleto. Todo indica que el alto costo de los pasajes deberá ser subsidiado por el Estado y si es así, habría que explicitar con tiempo quién pagará la factura, ya que ese beneficio para los pasajeros de un corredor tan específico no debería ser sostenido por los habitantes de Las Lomitas o El Calafate, por ejemplo.
Tampoco se sabe -¡oh, detalle!- si en tres o cuatro años habrá energía suficiente para mover el tren, ya que el consumo eléctrico es muy alto en este tipo de tendidos, dentro de una obra civil que aún no se conoce a ciencia cierta cuánto costará, para la que ya hay presupuestados $ 11,6 mil millones, hasta más allá de 2010. Y como frutilla del postre, para destrabar la financiación, para garantizar el préstamo por 80% de la obra que otorgará el Banco Société Générale de Francia al consorcio y para no esperar al Club de París apareció, como aval, un bono del Estado argentino a los mismos plazos que ese crédito, el mismo que habría provocado la salida de Miguel Peirano del Palacio de Hacienda.
También en materia internacional, pero en cuestiones energéticas, la Presidenta mostró poco apego a sus ideas de integración, a contramano de lo que el mundo exitoso promueve, con la decisión empujada por el cada día más influyente Guillermo Moreno de sancionar a la petrolera holandesa Shell, resuelta a perder mercado antes que a bajar los precios que, a su entender, siguen siendo libres en materia de naftas.
Y, por último, Cristina tuvo que soportar que el ministro de Hidrocarburos de Bolivia, Carlos Villegas condicionara el avance de un hasta ahora incumplido contrato de provisión de gas, tantas veces promocionado por el ministerio de Planificación, a las inversiones que deberá hacer la Argentina.
En lo interno, tuvo que admitir hidalgamente los cortes de luz que se suceden por culpa de la compra de acondicionadores de aire, fruto de la bonanza, aunque nada dijo de los recurrentes cortes de agua, ya que han provenido de la empresa que estatizó su marido para salir de aquellos males que no se le perdonaban a los concesionarios franceses.
También el Gobierno dejó crecer hasta la exasperación de viajeros, turistas (segunda exportación de la Argentina) y automovilistas los conflictos de Aerolíneas Argentinas y el Casino de Puerto Madero, sin poder diluir las suspicacias sobre que, en ambos temas -junto al de Shell- podían existir segundas intenciones en que se deterioren las cosas, para continuar concentrando sectores en manos de empresarios afines al modelo de crecimiento y acumulación que propugna el Gobierno.
A Macri no le fue mucho mejor en materia de que todo le haya salido a gusto y paladar, ya que comenzó abrir frentes por doquier, aunque con la picardía de mostrar muchas de sus embestidas como fruto de un nuevo estilo de atacar aquello que la gente repudia y que los sucesivos gobiernos municipales han apañado desde siempre.
Después de haber pasado el mal trago del aumento del ABL, que lo enfrentó con muchos de sus votantes de los barrios más acomodados de la Ciudad, el Jefe de Gobierno eligió como enemigos a los gremios, aunque tuvo que comerse algunos sapos, como negociar con una parte de ellos (el mayoritario Sutecba) un censo sobre los empleados de la Comuna.
Pese a esa "negociación" (algo que parece que la política, aunque se diga "nueva", también admite), a través de un Decreto el macrismo le apuntó a la Obra Social de los agentes gubernamentales, una muy importante caja de oscuros manejos gremiales que amenaza a muchos de ellos, si es verdad que Macri tiene las pruebas para meterlos presos.
Igualmente, la intervención nunca pudo asumir, porque un recurso de amparo del gremio que tramitó de modo urgente la jueza Elena Liberatori frenó el desembarco. Cuando una Ley sacada de apuro con la ayuda de la Coalición Cívica, le permitió al Jefe de Gobierno un segundo Decreto interventor, nuevamente la jueza le marcó la cancha al Ejecutivo, dividiendo las funciones de desregulación de las de administración y dejando a todos los órganos que iban a ser desplazados, a cargo de la operación diaria.
En forma paralela, Macri dio de baja 2.300 contratos que vencieron el 31 de diciembre y no sólo tuvo que soportar que todo el periodismo hablara de "despidos", las andanadas que le llegaron del gobierno central y la oposición furibunda de los legisladores porteños K, sino que ATE (el sindicato minoritario) logró colarle un nuevo recurso de amparo que le hizo morder el polvo, también a través Liberatori, quien le concedió un rápido retorno a los desplazados.
La indignación y el desenfoque que todas estas piedras en el camino provocaron que el macrismo, que desde lo jurídico promovió las apelaciones del caso y la recusación de la jueza, se anotara de modo muy paranoico en una tradición enraizada en lo peor del kirchnerismo, seguro de que los periodistas conspiran para debilitarlo: Macri llamó a una conferencia de prensa y advirtió que no iba a contestar preguntas, algo que debió enderezar de inmediato, con su eterna sonrisa, la vicejefe, Gabriela Michetti.
Los males del Jefe de Gobierno porteño siguieron luego con la mojada de oreja de Raúl Castells, tras su aseveración de que nadie podía marchar por Buenos Aires sin "pedir permiso", algo que después de que los funcionarios conversaron con el piquetero quedó plasmado en un simple compromiso de "avisar".
El caso de Macri podría tener algún atenuante, ya que él es nuevo en estas lides de ensuciarse en el barro de la política del día a día, pero la ex Primera Dama atesora no sólo su curtida cintura de legisladora, sino también la experiencia de tomar decisiones en la mesa chica del kirchnerismo, durante los últimos cuatro años y medio. Además, tiene a su disposición casi el mismo equipo que acompañó a su esposo y a muchos le resulta extraño verla cometer deslices significativos en su oratoria pública, como cuando dijo en la semana que veía cada día menos gente pidiendo en los semáforos (justo ella que viaja en helicóptero) o que el tango es el principal cultor del bajoneo de los argentinos, aunque no la zamba (quizás de raíz más nostalgiosa que el ritmo rioplatense) ni la chacarera.
También llamó la atención el panegírico que la Presidenta hizo sobre Puerto Madero, emblema de los años '90, quizás porque ahora ése es el barrio donde habita su marido, tal la dirección de la nueva Puerta de Hierro de cuño menemista que ha creado Néstor Kirchner en la calle Olga Cossettini, flamante Meca del peregrinaje peronista y cuartel central de la reorganización partidaria.
Si bien Cristina siempre puede apelar al ex presidente cuando necesite un salvataje, aún para distraer a la prensa con proyectos de la interna, tanto a ella como a Macri se le están achicando los tiempos, sobre todo si la opinión pública comienza a percibir que se les comienza a diluir el período de luna de miel apto para mostrar firmeza en la acción (los famosos 100 días) y a confundir la falta de timing con un cierto vacío de poder.