Para algunas, convertirse es sinónimo de rodete y anteojos. Otras le temen tanto al paso de los años que prohíben que las llamen abuelas. Pero hay quienes logran encontrar un equilibrio y estrenan el nuevo título con frescura. Así es como se la ve a Carolina de Mónaco, flamante abuela de Sacha, hijo de Andrea Casiraghi y de Tatiana Santo Doménico.
Hoy está espléndida, feliz, con 56 años y un legado de belleza eterna. Decimos hoy porque, más allá de que ni su peor cara está carente de charme, los últimos años de hija de Grace Kelly no fueron los mejores. Se la veía tensa, seria y apagada. Incluso la prensa española comenzó a darle la espalda y a acusarla de ser la cabeza fría y controladora de la Casa Real. Ahora, los medios vuelven a caer a sus pies. Después de ser la tapa de la edición española de la revista Hola! con los pormenores de la llegada del nuevo heredero, hizo una aparición impactante en un campeonato ecuestre de grandes jinetes. Fue a acompañar a su hija Charlotte –amante de los caballos y la equitación, disciplina que practica desde los 4 años– a la nueva edición del Longines Global Champions Tour en Montecarlo. En este evento se presentan campeones de todo el mundo, con un espectáculo lleno de personalidades vip, entre las que Charlotte siempre es la estrella indiscutida.
Pero no esta vez. Un look en negro y dorado –en el que los protagonistas fueron unos pantalones muy jugados que supo llevar con estilo–, y una gran sonrisa fueron suficientes para que ninguno de los presentes pudiera hacerle competencia. Ni siquiera su hija, la viva imagen de su madre en tiempos de Guillermo Vilas, a la que se vio mucho más formal y sobria, con un traje beige, remera blanca y sobrios accesorios.
Una vez que las imágenes empezaron a circular, llegaron los comentarios sobre lo bien que se ve Carolina y cómo supo lucir más canchera que nunca. El secreto de su luz, para muchos, sería que al fin se siente liberada de su ex, Ernesto de Hannover, de quien está separada pero no divorciada. El tiempo dirá pero, quizás, en algún momento incluso se desprenda del título de princesa que heredó de aquel matrimonio que le dio altura entre los aristócratas, y vuelva, despojada, a llamarse Carolina Grimaldi.