En San Alonso nada es más importante que la naturaleza. Arboles, plantas y animales rodean la estancia que se encuentra en una isla dentro de los Esteros del Iberá. No es casualidad que Kristine Tompkins y su fundación eligieran el lugar para llevar a cabo la reinserción del yaguareté, especie que lleva décadas extinta en Corrientes (N. de la R.: el yaguareté había desaparecido de esa provincia). A simple vista se la ve cómoda y alegre al aire libre. “Perdón por rascarme tanto. Llegué hace tres días del Impenetrable en Chaco y me picaron bastante”, explica a PERFIL entre risas.
A los 20 años, Kristine comenzó a trabajar en una empresa de indumentaria y a los 40 era gerente de la marca. “Podría haberme quedado hasta los 50 o 60 años pero no podía imaginar que mi vida iba a ser solo eso”, indica al comienzo de la entrevista. Mientras tanto, a su esposo, Douglas Tompkins, reconocido empresario textil, le sucedía algo similar. “Estaba cansado de producir cosas que nadie necesitaba y quisimos cambiar de vida”, comenta la mujer que hoy tiene 68 años y dona sus tierras en Argentina y Chile para convertirlas en Parques Nacionales.
Douglas ya no está. Murió hace tres años en un accidente de kayak, pero su viuda continúa la misión. “Creo que decidí seguir adelante a gran velocidad con los proyectos y probablemente eso me salvó”, afirma Kristine.
—¿Por qué eligieron Argentina y Chile?
—Doug pasó mucho tiempo acá cuando era joven. Tenía mucho que ver con ambos países en los 60. Corría en esquí y entrenaba aquí. Hubo muchas cosas familiares que nos trajeron al Cono Sur.
—Al principio los criticaron mucho...
—Cuando empezamos en Chile hubo muchas sospechas. Nos decían que estábamos robando el agua para venderla a los chinos, que queríamos crear un basurero nuclear para Estados Unidos y hasta que construíamos una base argentina en Chile para conquistarlo. Teníamos amenazas del Estado y nos escuchaban los teléfonos. Hubo mucho conflicto. Cuando uno mira esa época con ojos de hoy es obvio que dos extranjeros que vienen de afuera y empiezan a comprar tierras en grandes cantidades generan sospecha. Probablemente yo también las tendría pero cuando llegaron los hechos los mitos desaparecieron.
—¿Hoy la gente reconoce su trabajo?
—Sí, pero no todos. Hay individuos que el próximo siglo dirán que la familia Tompkins quiso robar el agua para los chinos. Pero en el transcurso la gran mayoría empieza a cambiar sus expectativas para la salud de su medio ambiente. Lo importante es que la gente entienda que es su Parque Nacional y que nadie lo va a destruir. Al principio tienen sospechas y lo rechazan. Luego empiezan a entender la idea y el nombre de los Tompkins se olvida. Y eso está bien.
—¿Cómo conocieron los Esteros del Iberá?
—Cuando llegamos en el 97 no tuvimos intención de visitar, alguien nos trajo. Hacía mucho calor, muchos bichos y yo me preguntaba qué era eso. Entonces le dije a Doug que nos teníamos que ir pero él vio algo que yo no. Así que a mis espaldas vino dos meses después y compró las tierras. Sin hablar conmigo.
—¿La sorprendió?
—Sorpresa es una palabra muy suave. Discutíamos todo juntos; él sabía que yo iba a rechazar la idea y que no querría trabajar ahí. Pero vio algo y gracias a Dios que lo hizo porque quedamos enamorados.
—¿Cómo financian los emprendimientos?
—De nuestra fundación invertimos 270 millones de dólares. En el lado de Chile del Parque Patagonia tenemos socios que aportaron otros 15 millones. En el caso de Iberá hay donantes y socios para la reinserción del yaguareté. DiCaprio por ejemplo (N.de la R: donó US$ 1,5 millones para los yaguaretés).
—¿Ayuda que personas como él se involucren?
—Para nosotros el aporte de Leo es importante. Se expande la audiencia de gente hablando del tema. En ese sentido cuanto más hablen, mejor. El nombre de Leo se conoce en todo el planeta. No lo conozco en persona pero sí su trabajo, que está focalizado en el cambio climático.
Kristine y The Conservation Land Trust tienen varios proyectos en simultáneo. “Estoy acá en invierno unos cuatro meses. Después paso tiempo en Chile, en Estados Unidos y algo en Europa”, explica a PERFIL durante la charla.
—¿Tenés un parque favorito en Argentina?
—No, todos son iguales. Cuando estoy en Iberá y tengo que irme me pongo triste. Lo mismo con el Patagonia. El Impenetrable es extraordinario y es supersilvestre. Son como hijos y cada uno representa su propio desafío.
—¿Por qué donan las tierras al Estado?
—Mucha gente nos pregunta por qué no compramos la tierra y lo mantenemos privado. Para nosotros eso es un punto clave. Si compramos muchas hectáreas y lo cerramos podemos hacer nuestros proyectos pero nadie puede entrar. Queremos que los países y su gente entren. Cuando donamos la tierra, la infraestructura y los costos pasan al Estado. Nosotros empezamos y la sociedad sigue. Con Iberá es muy claro: si van a los pueblos vecinos verán una economía cambiada. Es el desarrollo económico como consecuencia de la conservación.
—¿Y siente que los gobiernos ven ese cambio?
—Hemos trabajado con casi diez presidentes distintos entre Argentina y Chile. Nunca tuvimos uno que nos haya rechazado las donaciones de parques nacionales.
—¿Qué opina de Trump?
—Es tan extremo y tan ilegal. No puedo ni empezar a hablar de él. Está todo el tiempo dando de baja regulaciones relacionadas con el medioambiente en beneficio de las empresas.
Tras la muerte de Tompkins se supo que el empresario no dejó herencia a sus dos hijas de un matrimonio anterior. Una de ellas, llamada Summer, inició un juicio por los bienes y eso causó incertidumbre sobre el destino de las tierras. “Puedo decir dos cosas”, comienza Kristine mientras se incorpora en su sillón. “Primero que yo no hablo de eso porque realmente no tiene mucho que ver conmigo sino con los bienes de Doug y una de sus hijas. Y además el juicio no tienen nada que ver con la fundación o los parques”, dice y así finaliza la entrevista.
El ‘minirreto’ del Papa. El 30 de junio, cumpleaños de Kristine, el papa Francisco la recibió en el Vaticano para hablar sobre su trabajo. “Me invitó a conversar con él en privado. ¿Quién no iría, ¿no?”, relata a PERFIL. “No soy católica ni religiosa pero cuando lo vi algo pasó. Fue algo impactante y la conversación fue muy interesante”, recuerda sobre el encuentro. La charla duró media hora, más de lo que se había pactado, y tocó diferentes temas. “Hablamos del concepto de paz. Yo creo que es demasiado limitado. Siempre los premios se dan a personas que ayudan a personas. Entonces le expliqué al Papa que él se concentra específicamente en la pobreza social y la inequidad, que existe, pero que sin un ecosistema en equilibro no se podía solucionar eso. Por lo tanto, es necesario incluir dentro del concepto a humanos, animales y al propio ecosistema”, explica. “El reconoció que era verdad, pero me miró fijo y me dijo que sus documentos se focalizan en lo social. Como un minirreto (risas). Le respondí que podía ser, pero es imposible negar que el impacto es más grande y se da en varios ámbitos. Fue muy lúdica la conversación. El nos regaló rosarios y nosotros le llevamos artesanías producidas en cada parque. Además le mostramos a los bebés yaguaretés que están siendo reinsertados en Argentina”, cierra Kristine.
Un filántropo que vino del norte. Douglas Tompkins nació en 1943 en Estados Unidos. Durante la década del 60 compitió en carreras de esquí y escaló montañas de su país, Europa y América del Sur. Con los años comenzó su etapa de empresario y fundó The North Face, su primera compañía de indumentaria. Más tarde haría lo mismo con Esprit, que se convirtió en una de las marcas más vendidas de la época. Sin embargo, a medida que la popularidad y el dinero aumentaban su preocupación por el medioambiente también lo hacía. Por ese motivo decidió vender sus acciones y dedicarse a la conservación. A mediados de los 90 llegó a Chile y Argentina con el objetivo de mejorar los ecosistemas y la biodiversidad de ambos países. Hasta el día de hoy su obra es reconocida en el ámbito de las organizaciones ecológicas.