Tiene 38 años y más de dos décadas de experiencia en el arte de tatuar; sobre todo se especializa en dibujos relacionados con la cultura oriental. De perfil bajo, Hernán Coretta eligió estar al margen de sus competidores. “Lo mío son los tatuajes grandes”, dice desde su nuevo local, una “cueva” ubicada en el barrio de Savedra.
Coretta es el hombre que en su momento había tatuado el brazo izquierdo a Marcelo Tinelli, el derecho fue obra de Mariano Antonio. Pasaron los años y Tinelli volvió a llamarlo para un nuevo encargo que comenzó a realizar todos los lunes desde la última mitad de septiembre de este año. Fuero 30 horas repartidas en total donde además, le modificó una imagen de su brazo derecho. Y desde que esta seman el conductor subió una foto de su espalda tatuada a Twitter, el teléfono del Coretta no paró de sonar. “Esta cosa de la fama mucho no me gusta. Fui recién al jardín de mi hijo y de golpe tenía a todas las madres abranzándome”, dice a PERFIL.
El año pasado Tinelli, se iba a tatuar la espalda con un dragón ya que en horóscopo chino el 2012 corresponde a esa figura mítica. También tenía un plan B: unos perros Fu, de origen chino y protectores de la familia y la fortuna. Pero él quería el dragón. Finalmente, por temas de agenda, el trabajo se pospuso para este año. “Marcelo estaba con dudas –recuerda Hernán–. No quería la espalda entera, sólo la mitad, o sea todo un costado. Le dije que no, que si tenía los dos brazos quedaba asimétrico. Entonces dijoque quería arriba entero y que abajo terminara en forma de V”.
—¿Y qué le sugeriste?
—La espalda entera; así laburo yo. (risas)
—¿Sos así con Tinelli o con todos tus clientes?
—Con todos. Una vez que los tatué, vienen más entregados, más abiertos.
—¿Cómo siguió la “negociación”?
—Estuvimos que si que no, hasta que se vino el verano de este año y finalmente no hicimos nada. Nos volvimos a encontrar hace cuatro meses; él seguía con dudas así que vino un día a casa y le mostré un boceto del dragón. Lo vio y le gustó. Ya habíamos agendado los turnos cuando me pidió unas semanas antes de que le mandé el diseño. A mí eso mucho no me gusta porque terminan opinando todos, y eso fue lo que pasó. Me dijo que lo veía algo agresivo, que estaba en un momento más tranquilo de su vida, que luego me iba a contar.
—Te enteraste antes que nadie que iba a ser padre.
—Sí. Eso fue un domingo. El lunes vino a mi estudio y me contó que iba a ser papá. Fui, creo, la sexta persona que lo supo. Ahí me di cuenta que estaba sensible pero igualmente seguía diciendo: “¡Me encanta el dragón! (risas). Su novia y sus hijas, nadie quería el dragón, salvó él.
—¿Cómo terminaron en la diosa hindú?
—Le dije que tenía ya dos mujeres en los brazos y que íbamos a hacer una mujer más importante, más interesante, una diosa que sea como la protectora de todo. “Me encanta!”, me dijo. Entonces le mostré varios libros que tengo hasta que eligió uno. Y le dije: “Sacale una foto, mandásela a tu mujer porque otra vez no voy a armar un diseño si luego no lo vamos a hacer.”
—Lo tenías cortito
—(Risas) Lo que pasa es que tengo bastante laburo y no cuento con el tiempo para armar diez dibujos para un solo tatuaje. En una semana lo armé y en septiembre arrancamos.
—¿Cómo fueron esas treinta horas?
—Tengo la mejor con él. Ya nos conocemos. Yo si no tengo onda con el cliente no le hago el trabajo.
—¿Lo veías en televisión?
—Cuando lo empecé a tatuar, sí. Hasta que mi nena apareció en cola-less “como las chicas de Tinelli”, me decía. ¡Y tiene seis años! Se lo conté y se reía.
—¿Es cierto que retocaste el brazo que se hizo con otro tatuador?
—Sí. Lo tenía muy apagado. Primero yo le había dicho que no porque no me gusta trabajar sobre la obra de un colega.
—¿Y ahora que pasó?
—Había que dejar la espalda y el brazo como si fuera todo uno. Me lo volvió a pedir así que tapé cosas y modifiqué otras: en el antebrazo tenía una virgeny había como un destello, una luz que estaba demás. Y como tenía varias rosas arriba, le agregué otras sobre ese destello. A la virgen le volví a hacer toda la cara.
—¿Se quejó del dolor en algún momento?
—No. Es más: por momento se quedó dormido.
—¿De qué charlaban en las sesiones?
—De todo. Al comienzo las charlas eran medias tensas, yo estaba nervioso ...¡es Tinelli! Pero luego te das cuenta que es un tipo común. Se interesa mucho por tus cosas, por mi laburo. Cada sesión duró cinco horas. Muchas veces a mitad de tatuaje, parábamos para tomar un café. Le encantó este lugar; me decía: “Que paz que hay acá en este lugar”.
—¿Se desconectaba de las cosas de su trabajo?
—Hubo días que sí, otros que no y hablaba por teléfono.
—¿Qué fue lo que más te llamó la atención de él?
—Que tiene mucha energía. De todas las veces que vino, cuatro, ponele, tuve dolores de cabeza. Yo creo mucho en esas cosas. Un día le dije: “Marcelo, no aguanto más, cortamos acá. Cuando uno labura en algo artesanal, con la cabeza y las manos, es como que tenés los sentidos más vulnerables.
—¿Cual fue la mejor sesión de todas?
—¡La última! Me hizo reír mucho. Vino con su primo, se trajo la tablet y estuvo viendo un partido que no era San Lorenzo sino de esos en los que se definía no sé qué cosa con el resultado. Lo estaba tatuando y de golpe metieron un gol. Pegó un grito, casi tiró la máquina al piso, el primo vino corriendo y empezaron a festejar, yo me reasusté.
—¿Se va a seguir haciéndole más tatuajes?
—Me dijo que cuando nazca su hijo, seguro se hará algo. Yo le quería hacer la espalda hasta debajo de la cola, así aparecen en los libros de las espaldas japonesas: el tatuaje queda como un manto.