“Cuando era chica todos decían que era casi imposible entrar a la Opera de París, así que empecé a creer que era uno de esos sueños imposibles y ahí quedó”, recuerda la bailarina argentina Lucía Ríos. Eso fue en su adolescencia, en los inicios de su camino en el mundo de la danza clásica. Hoy, con 26 años y tras haber pasado una serie de pruebas en Francia, demostró que no hay imposibles al ingresar a esa compañía, considerada de élite a nivel internacional. “En un momento había un jurado de veinte personas adelante tuyo y sentías cómo te evaluaban en todo momento”, cuenta a PERFIL, y explica la dimensión del logro que acaba de conseguir.
—¿Qué cambió desde la noticia?
—Llegué hace una semana a París y estoy buscando departamento. De a poco me voy acostumbrando a la ciudad. Estoy adaptándome a otra forma de vivir, de viajar, y también a la gente, que es diferente. Llevaba 11 años viviendo en Alemania y de alguna manera se había convertido en mi casa. Me fui muy chiquita de Argentina y mi vida adulta fue en Alemania, así que es un golpe fuerte hacer un cambio tan grande, pero estoy contenta.
—¿Y a Alemania cómo llegaste?
—A los 15 me salió una beca para ir a Hamburgo y no lo dudé. Es una ciudad fantástica, y el director de la compañía donde bailaba es John Neumeier, que tiene un repertorio y coreografías hermosas. Eso me impulsó a ir allá.
—¿Ahora pasás a una compañía más grande?
—Suelo comparar esto con el fútbol cuando hablo con personas que quizás no saben mucho del mundo de la danza. Igual tampoco sé mucho de fútbol (risas), pero sería como irte de un equipo más chico a jugar al Real Madrid o al Barcelona. Realmente es como ir a jugar a un club muy grande y reconocido mundialmente.
—¿Es un lugar al que querías llegar?
—De chica, cuando empecé a bailar me crié viendo videos de la Opera de París que tenía en cassettes, porque todavía no había YouTube o todo lo que hay ahora. Crecí con esos videos y estaba enamorada. Tenía el sueño de poder estar ahí algún día. Eso fue cuando tenía 10 años, y recuerdo que compartía ese sueño con mi mamá.
—¿Cómo empezó el proceso para entrar?
—Hace unos meses vi por internet que había una audición abierta y ahí el sueño que tenía de chiquita volvió a surgir y quise probar. Un poco por la experiencia, pero también para no arrepentirme el día de mañana. En veinte años no quería arrepentirme por no probar, así que me anoté.
—¿Fueron muchas instancias?
—Primero hay que hacer una inscripción donde mandás fotos, un currículum y cosas así, que funciona como preselección. Entonces ellos te avisan si podés ir a la audición o no, y una vez que te aceptan, la audición es básicamente una clase de ballet. Lo que tiene es que es eliminatoria, o sea que van sacando chicas, y para el final de la clase seríamos unas sesenta. Una vez que se termina, las que pasan van a la última ronda. Te hacen bailar sola una coreografía que ellos te pasan con un mes de anticipo. Todas las otras chicas que quedaron ya estaban porque hay chicas que quizás tienen contratos más cortos, de dos o tres meses, entonces se presentan de nuevo a este proceso. En realidad, las otras siete ya estaban en la compañía y yo era la única que venía completamente de afuera.
—¿Cuándo empezaste a bailar?
—Fue a los 9 años; mi mamá quería que hiciera algo. Así que empezamos a buscar un hobby y probé varias cosas. Gimnasia, danza acrobática y patín, pero nada me gustaba, hasta que probé una clase de jazz en una escuela de barrio y me gustó. Pero un día me dieron una clase de clásico y me gustó tanto que terminé cambiando. Después de eso, mi mamá me dijo que había bailarinas que hacían eso de profesión y yo no lo podía creer. Así que me llevó a ver una obra al Colón y eso me abrió los ojos. A partir de ahí quise ser bailarina.
—¿Cómo llegaste al Instituto del Colón?
—Cuando tomé la decisión, mi mamá me cambió de escuela y me llevó al instituto de Katy Gallo y ahí empecé con su sobrina Lorena, que enseñaba a principiantes. Empecé con ella y después me pasé con Katy, que fue mi maestra de toda la vida. A los 10 años hice la audición para entrar al Instituto del Colón y quedé.
—¿En qué momento apareció Iñaki Urlezaga?
—En el Colón estuve hasta cuarto o quinto año, hasta que Iñaki me contactó para ver si quería formar parte de su compañía. Estuve un año y medio pero fue hermoso porque bailamos un montón de cosas. Era chiquita, tenía 15 pero ya hacía vida de profesional. Me enseñó muchísimo, también hicimos giras y viajamos mucho. Le estoy muy agradecida por eso.
—¿Qué importancia tuvo tu familia en todos estos años?
—En el momento en que un hijo decide seguir esta carrera cambia a todos y afecta a la familia. Necesitás el apoyo de ellos, y si no lo tenés, se complica mucho. Yo tenía que estar a las 7.45 en el Colón y salía muy temprano. Vivíamos en Caballito y mi papá, que tenía un taxi, me llevaba. Después me iba a buscar y me llevaba al colegio. Luego me buscaba mi mamá y me llevaba otra vez a danza. Muchas veces mi hermano chiquito nos acompañaba y él estaba sentado en el estudio esperando que terminara la clase. Cambia la vida de la familia entera, y es muy necesario que todos te apoyen.
Impulso. El reconocido bailarín Iñaki Urlezaga fue quien le dio la primera oportunidad en una compañía a Lucía, y aún recuerda por qué la seleccionó. “Siempre fue una chica muy querible y un caso muy particular. Primero, lógicamente, siempre tuvo un talento muy preponderante y por encima de la media, y segundo, siempre fue una chica muy focalizada. Más allá de su talento, siempre me llamó la atención la madurez que tenía. Una chica de 15 años o menos que ya pensaba y sacaba conclusiones como una adulta. Eso es infrecuente”, explicó el bailarín a PERFIL.
—¿Te sorprendió la noticia?
—No me sorprendió. Sí es una alegría inmensa que suceda, pero no me sorprende porque ella tiene mucho talento. Lucía es una bailarina acertadísima para esa compañía, y va a poder desarrollar su talento en ese lugar.