Alguna vez, su madre lo dijo en una entrevista: “Tenemos los pies en la tierra con la ciencia, pero la mirada en el cielo con la fe”. A tres años de que Gustavo Cerati sufriera una accidente cerebrovascular, su familia, espera que el músico despierte entre la cautela de los médicos y una energía positiva que le brinda todos los días.
Hoy parece lejano aquel 15 de mayo de 2010 cuando, al terminar un concierto en el campo de fútbol de la Universidad Simón Bolívar, en Caracas, sufriera un ACV. Actualmente, se encuentra en la clínica Alcla, desde donde se espera que esta semana se emita un parte médico sin grandes novedades, más que notificar que el músico se encuentra estable y que sus órganos funcionan bien. Tanto su madre, Lilian Clark, sus hermanas, Estela y Laura y su tía Dora, son las mujeres que desde hace tres años han acompañado fervientemente al ex Soda. No pasan un día sin mantener la ilusión de que alguien de la clínica los llame y les diga: “Gustavo abrió los ojos.”
Hoy Cerati mantiene una rutina que comienza todos los días cuando a las 9 de la mañana las enfermeras entran a su habitación para levantarlo y sentarlo en un sillón especial que tiene frente a su cama, donde recibe todo tipo de estimulaciones que hacen mover algunos músculos de su cuerpo. Allí, lo visten. Le ponen zapatillas, un pantalón y remera. “Llegás y lo ves sentado, como si estuviera durmiendo. Se ha dicho tanto de él, está hermoso”, grafica a PERFIL alguien que va seguido a verlo. Por la tarde, repiten la operación de sentarlo y lo dejan ahí hasta las ocho de la noche. De tanto en tanto, lo afeitan y hasta su peluquero y amigo personal, Oscar Fernández, fue a cortarle el cabello más de una vez.
La seguridad no es un tema menor: mientras que en la mayoría de las habitaciones de la clínica las puertas están abiertas, a la de Cerati se ingresa con un detector de huella dactilar y sólo pueden acceder presionando su pulgar su madre y sus dos hermanas. Son ellas también, las que deciden quién entra y quién no a este cuarto que no tiene salida al exterior, y apenas cuenta con una ventana que da a un pasillo. Cada médico o enfermero, sabe que debe ser muy cauteloso con la información que pueden dar, sobre todo con el hecho de disfundir alguna foto. En una oportunidad fue tema de conversación entre su familia cuando Chloe Bello, una de sus últimas novias, había dejado sobre una cama un celular.
En estos tres años, su familia ha pasado muchas horas delante de Gustavo. “Los médicos son los que ven el monitor, pero nosotros somos los que estamos y lo vemos todo el tiempo”, comenta a PERFIL su tía Dora. “Vamos Gustavo, te tenés que despertar, nosotros sabemos que acá te están tratando bien, pero afuera hay mucha gente que te quiere”, le dicen, mientras fantasean con generar algún código. “Cuando es ‘no’, movés el labio para arriba, cuando es ‘sí’, lo hacés para abajo”, comentan. Así como en este caso no hay una respuesta, hay otros en los que sí: por ejemplo cuando su madre llega y él mueve su cabeza hacia su lado al ingresar al cuarto. O cuando alguien le pide que trague saliva y él lo hace, o cuando escucha la voz de un amigo o un músico que simplemente se acerca a tocarle una canción. Todo se prueba a la hora de estimularlo: en una ocasión hasta se le llevó un casete con la voz de su padre, que era locutor. Ahí, cuentan sus familiares, la voz de su padre hizo que subieran de golpe las pulsaciones del músico y hubo que descartar de cuajo la estrategia. “Escuchar, escucha, lo que no sabemos bien es cómo lo procesa”, dicen: “El tiene mucha fuerza, lo va a lograr”.