Quienes no pudieron despedirlo en la casa velatoria, lo hicieron por redes sociales. Y fue ese el espacio más amplio y el que sobre todo, graficó el afecto que generó en aquellos que por razones profesionales lo conocieron en persona y en el numeroso público que lo siguió en los distintos programas de radio y televisión donde participó y finalmente de los que se consolidó como conductor.
Gerardo Rozín nació en Rosario y allí comenzó su carrera en el periodismo. Tenía 51 años y hace un par de años que su salud estaba complicada, y por eso, algunas veces se ausentaba de la pantalla. Y este 2022, directamente Telefe había postergado el inicio de su famoso programa La peña de morfi. El último viernes, a través del canal donde hizo casi toda su carrera televisiva y había dejado su marca principalmente con la conducción de Morfi, todos a la mesa y La peña de Morfi, se informó sobre lo delicado de su estado. Ya promediando el cierre del día, se supo de su muerte y la pantalla de Telefe manifestó el luto colocando un crespón negro junto a su característico logo.
Despedidas. En el día de ayer, en la zona de Bodeo, comenzaron a llegar desde Jesica Cirio y Zaira Nara –que trabajaron con él en La peña de morfi y Morfi, todos a la mesa, respectivamente–, Julieta Prandi –con quien co-condujo Gracias por venir–, Nicolás Repetto, quien lo tuvo como productor ejecutivo en el recordado Sábado Bus, sus colegas y amigos como Romina Manguel, Nancy Pazos, Beto Casella, Luciano Pereyra, y muchos otros. Fito Páez, rosarino como el conductor, escribió un extenso posteo en el que definió a Rozín como “un hombre cálido, tierno e inteligente. Emperrado con ponerle música en vivo a un país que la necesitaba y cual Quijote peleando contra los molinos de viento de la burocracia televisiva ganó ampliamente esa batalla”.
Reynaldo Sietecase, otro coterráneo, que además, trabajó con Rozín en Rosario y en Telefe, también se despidió en extenso y en uno de los párrafos dijo: “Cosas que pasan en la redacción de un diario y son difíciles de explicar. Éramos jóvenes e inmortales. Jugábamos a adivinar a quién le tocaría escribir el obituario del otro. Era una amenaza divertida: impunidad para decir cualquier barbaridad, sin que hubiese chance para reclamos. Siempre pensé que sería él a quien le tocaría emprender esa tarea. Era también nuestra humilde manera de reírnos de la muerte. Un chiste. Un ademán de vida”.
Hoy los restos de Gerardo Rozín serán inhumados en el Cementerio Israelita de Rosario, donde también está su madre.