Escena 1. Un jugador de fútbol, agotado y deshidratado por el esfuerzo físico, debe orinar para cumplir con el control antidoping. Pero no puede hacerlo. Como solución, el médico le da a beber abundante cerveza.
Escena 2. Michael Schumacher gana un Gran Premio de Fórmula 1 y festeja con champán.
Escena 3. Ariel Ortega falta al entrenamiento de River Plate en Mar del Plata, luego de jugar con buena performance el clásico contra Racing. Los dirigentes dicen basta y buscan una solución definitiva para la enfermedad del jugador.
¿Qué tienen en común estas escenas? Para empezar, el doble filo de una práctica aceptada por la sociedad pero que puede llegar a convertirse en una enfermedad grave y, como mínimo, terminar con la carrera de un deportista si no se para a tiempo. Y Ortega es sólo un ejemplo al que podrían agregarse muchos más: desde René Housemann y Humberto “Coya” Gutiérrez entre los futbolistas argentinos, a los británicos Paul Gascoigne o George Best, pasando por boxeadores como José María Gatica o Víctor Galíndez. La lista es incompleta, y el lector puede agregar alguno de su conocimiento.
Mito y sociedad. “Cuando un deportista consume alcohol disminuye su precisión y su eficacia muscular, porque la persona deriva energía para procesar esa sustancia. Físicamente es así: como el alcohol debe deshidrogenarse, se gasta una energía excesiva en ese procedimiento que el músculo podría usar para otra cosa”, indicó Wilbur Grimson, especialista en adicciones y ex secretario del Sedronar.
No es una información que los deportistas no sepan, tanto como los efectos a largo plazo del consumo. Sin embargo, ese conocimiento choca con costumbres como el “Tercer Tiempo” del rugby, fiestas que pueden durar toda la noche y que hasta terminaron en causas penales por riñas para muchos.
“El alcohol lleva a cambios en la conducta, agresión violenta”, corroboró Mónica Neumburg, especialista de la Fundación Manantiales, consultada por Perfil. “Además, a largo plazo, provoca depresión”, añadió.
Y, por si fuera poco, está lejos de ser una sustancia que mejore el rendimiento. Sin embargo, pese a la evidencia, aún hay muchos mitos asociados con las bebidas, sobre todo en lo que tiene que ver con fuerza, desinhibición y euforia. “El alcohol no produce fuerza, eso es falso. Los trabajadores de la descarga portuaria piensan que el alcohol les da fuerza y que el agua les corta la fuerza. Cuando se discute científicamente lo aceptan, pero no es posible convencerlos en la práctica”, insistió Grimson, también asesor de la Comunidad de día Vicente López.
Sin control. No sólo en la Argentina se puede jugar un partido de fútbol, rugby, tenis o básquet en el primer nivel profesional habiendo bebido sin caer en las garras del control antidoping. La misma agencia internacional que regula el consumo de drogas en el deporte (World Anti Doping Agency) no incluyó el alcohol entre las sustancias interdictas.
“Sólo se busca en algunos deportes en particular, en los que se utilizan máquinas, como el automovilismo, la motonáutica, los náuticos en los que se maneja con timón, y algunos deportes de lucha”, explicó Mónica Nápoli, responsable de Prevención del Doping de la Secretaria de Deportes de la Nación.
“No cualquiera se vuelve adicto, tiene que haber una estructura psíquica predisponente. Cuando aparece un caso así impacta en la opinión pública por su idolatría: la evolución de la enfermedad dependerá de un buen equipo interdisciplinario, voluntad del implicado y apoyo familiar”, analizó por su parte Marcelo Roffé, psicólogo deportivo y autor del libro Alto rendimiento, psicología y deporte.
Igual, siempre es débil la línea que separa el consumo de alcohol con amigos (y del modo mesurado al que nadie se opone), de la exageración que ya supone una enfermedad.
Del estímulo mediático al tratamiento
Como sucedió hasta hace poco con las tabacaleras, los vendedores de bebidas alcohólicas buscaron asociar a sus estrellas con el consumo de alcohol, sobre todo en los momentos de gloria. El automovilismo es un buen ejemplo: al momento de recibir el trofeo en el podio, el ganador celebra bebiendo y derrochando grandes cantidades de champán. La idea es clara: la cima del éxito huele a alcohol.
Otro ejemplo similar ocurre cada vez que la Argentina avanzaba una ronda en la Copa Davis de tenis, además de la promoción del alcohol en las camisetas de los principales clubes de fútbol del país. Incluso, una cervecería estadounidense fue multada en $150.000 por el Gobierno porteño por no incluir la leyenda “Beber con moderación. Prohibida su venta a menores de 18 años”, en la remera.
Pero claro que si llega a aparecer el fantasma de la adicción en un jugador todos harán oídos sordos o preferirán catalogarlo como una “oveja descarriada”.
Cura. ¿Pero qué hacer entonces cuando el problema ya está declarado y hay que buscar una recuperación? “La internación es la solución desesperada cuando la voluntad propia no alcanza”, explicó Grimson. Para Neumburg, por otro lado, “hay que evaluar el compromiso con el consumo y, de acuerdo con cada caso, se determina el tipo de tratamiento”.
Ariel Ortega: de la negación a la aceptación
* En diciembre de 1998, el futbolista Ariel Ortega concedió un reportaje a la revista El Gráfico en el que negaba tajantemente su alcoholismo, incluso después de que fuera detenido en Italia por conducir ebrio.
* “Me ven tomando un vaso de cerveza y dicen que me bajé un cajón y que estaba totalmente en pedo. Por ese mismo vaso de cerveza, escriben que me vieron borracho o que no me podía mantener en pie”, se quejaba entonces el futbolista.
* “No soy alcohólico. Nada que ver. Tirar eso es muy duro, muy grave”, agregaba. “Ahora, ese cartel de borracho lo voy a tener toda la vida”.
* Según los especialistas, el primer paso para la cura es la aceptación de la enfermedad. Hace casi una década, en 1998, Ortega negaba que tuviera problemas con la bebida. Ahora, después del último faltazo al entrenamiento de su club, ya lo acepta y pide ayuda para curarse.