Reunidos en la solemne Academia Nacional de Medicina, el conductor Mario Pergolini, el actor Julio Chavez y los psicoanalistas Juan Carlos Volnovich y Luis Hornstein entretejieron sus voces, en un coro más bien desafinado, para analizar los malestares de la cybercultura.
“Es imposible ignorar que nos ha tocado vivir un período trascendente: las innovaciones tecnológicas están transformando el sistema educativo y la vida misma, al punto de estar asistiendo a la emergencia de una nueva cultura”, abre Volnovich. Desde una vertiente psi que abandona su propio ombligo para internarse en los múltiples atravesamientos sociales y culturales, el psicoanalista construye un discurso descarnado sobre las coordenadas existenciales de los “nativos digitales”.
Inmersos en un mundo de instituciones líquidas, que aparecen y se disuelven al ritmo de la globalización, “los pibes y pibas de las nuevas generaciones quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa. Sí. La cultura actual produce sujetos flotantes”.
Difícil crecer sin ser arrastrado por las corrientes fluctuantes de la liquidez. Sin embargo, no son pocos los que se resisten a ocupar ese lugar de descarte, ese no lugar en el mundo. Armados con celulares y computadoras organizan ejércitos de “Indignados” que se oponen al nuevo orden mundial. “Ya se sabe: los celulares en manos de nativos digitales pueden convertirse en armas de un poder incalculable”, alerta el psicoanalista.
Poder que construyen con mensajes de texto. “Después de generaciones y generaciones escribiendo con el lápiz y papel, estos pibes pasaron rápidamente a escribir con las dos manos sobre el teclado de la computadora y después con los pulgares sobre los celulares, con lo que ¡por fin sabemos para qué nacimos con pulgar!”, se burla Volnovich.
Pero no se lo toma a risa: “Los chicos se la pasan escribiendo de día y de noche. Cuando van al colegio se duermen porque se pasaron la noche chateando. Uno puede tener reparos sobre cómo confeccionan los textos. Pedro Barcia, el presidente de la Academia de Letras está horrorizado por el tipo de textos que se producen. Pero uno no puede negar que son productores de contenidos. Viven escribiendo, leyendo ¡y produciendo! en lugar de ser simples y pasivos consumidores”.
Sin embargo, reconoce, el fenómeno no tiene tanto consenso entre las generaciones anteriores: “los padres están encantados de que los chicos vayan al colegio ocho horas a leer libros, pero si están dos horas frente al monitor con juegos que son muchísimo más estimulantes se horrorizan".
La incomunicación de las nuevas comunicaciones. A pesar de su impronta adolescente, Mario Pergolini no se identifica con las presuntas bondades de la cultura digital. “Dejamos que nuestros hijos estén todo el tiempo frente a pantallas, no conocemos el 90% de lo que ven ni sabemos cómo les afecta. Hoy un chico de once años ya tiene un celular, que no mejora las comunicaciones: Vivo en una casa de dos pisos y para decirles a mis hijos que vengan a comer me resulta más fácil enviarles un mensaje de texto que pegarles un grito”, se queja.
Y linkea los malestares culturales con la incomunicación que se esconde bajo la aparente hipercomunicación. “El malestar cultural siempre existió, pero inevitablemente la cultura va a ir avanzando con estos malestares en la medida que la gente vaya usando tecnologías nuevas con las que cada vez nos vamos a sentir más solos y más (in)comunicados”, presagia, melancólico, Pergolini.
Y Luis Hornstein, director de la Fundación para el estudio de la depresión, -organizadora del encuentro- refuerza: “Las nuevas tecnologías tienden a desterrar los encuentros frente a frente al convertir a los amigos en contactos virtuales. De esta forma produce a los nuevos Robinson Crusoe, sujetos propensos a la soledad”.
Googlear la propia voz. Esa misma soledad o autoencierro que impide encontrar la propia voz es “una de las grandes enfermedades actuales” según el diagnóstico de Julio Chavez.
El actor utiliza una metáfora cibernética para describir el camino hacia el encuentro con uno mismo y la capacidad de expresarlo: “Yo trato de ayudar a cada persona que intenta desarrollar una mirada del mundo invitándolo a googlear su experiencia. Lo que importa es buscar en el interior de esa personita, que busque y encuentre qué ha vivido, puede construir, por ser viviente tiene un lenguaje, viva en donde viva, así sea en la villa. Hoy esa posibilidad de construir la propia experiencia está asustada, ninguneada, amenazada".
Y mercantilizada: “Si mi subjetividad es comprada por muchos parece que tiene valor, si es simplemente el placer de articular un espacio con mi impresión del mundo, no tiene ningún valor”, se queja. Y reivindica el poder del arte como vía capaz de recuperar la voz con la que cada uno pueda expresarse y comunicar su experiencia.
Porque “no es forzoso que la cybercultura conduzca al aislamiento y la apatía propias de la depresión. También es capaz de multiplicar los intercambios legítimos”, cierra Hornstein, en una apuesta por desterrar los pronósticos catastróficos.
De hecho, tanto la recuperación de la expresión personal como la construcción de movimientos colectivos –aunque sea a través de mensajes de texto- son herramientas que previenen el naufragio o el descarte en los líquidos avatares de la cybercivilización.
(*) Periodista y psicóloga clínica. Especial para Perfil.com