La postal se repite ni bien estalla la primavera: a la hora en la que la ciudad arde, decenas de personas salen desesperadas en busca de un bronceado perfecto y se tiran a tomar sol en cualquier lugar público. Otros, sin esa posibilidad, acuden a las camas solares. Los de espíritu más deportivo optan por estar al aire libre el mayor tiempo posible. Lo que los une es una compulsión que ya fue tipificada como “tanorexia”, o adicción al “tan” (del inglés, “bronceado”).
“Ante una exposición al sol, los rayos llegan a las células de la piel. Estas, además de broncearse, liberan endorfinas (la hormona del bienestar). Aquí puede estar la clave para entender el por qué del uso indiscriminado del sol. Algo similar ocurre con el exceso de ejercicio (conocido como ‘vigorexia’) o con el chocolate”, explica Andrés Politti, médico dermatólogo y vocero de la Campaña Nacional de Prevención de Cáncer de Piel de la Sociedad Argentina de Dermatología.
Como con cualquier adicción, los especialistas reciben en el consultorio casos extremos. Desde personas que se exponen al sol untadas en Coca Cola, hasta gente que se deprime si está nublado o cree que se enfermó si está levemente pálida. “Las encuestas de los laboratorios señalan que casi todo el mundo encuentra importante protegerse del sol, aunque después no lo haga. Hay países donde el tema está más instalado gracias a esfuerzos de salud pública, pero también asentados sobre una población de piel clara en la que el cáncer de piel ha causado estragos. Nuestra composición étnica es distinta y tal vez eso diluya la percepción del problema”, agrega Politti.
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