Un mes y el dolor sigue vivo. 22 personas murieron cuando el avión en el que viajaban se estrelló en la Meseta de Somuncurá, en la localidad rionegrina de Prahuaniyeu, mientras se dirigía desde Neuquén hacia Comodoro Rivadavia.
La tragedia del vuelo 5428 de la empresa Sol fue un antes y un después para las familias de las víctimas que aún no pueden hacer el duelo ya que los restos de sus seres queridos siguen en la morgue. “Todavía nadie nos entregó nada. Estamos como el primer día”, dice María Teresa Yemmi, madre de Gustavo Basaldúa.
Ezequiel Andrada, hijo de Sara Tula, sufre día a día el dolor de la pérdida. “Haremos un misa hoy para que asistan la familia y los amigos. Se la extraña mucho en casa. Se nota su ausencia. Lo más difícil es no poder velarla para despedirla”, comentó.
“Yo la siento, creo que me habla. Pero también no dejo de pensar en cómo ella sufrió mientras se quemaba el avión. Esa imagen me atormenta, y no tener sus restos nos duele”, confiesa Martha de Fontán, mamá de la joven azafata Jésica Fontán. Su congoja se repite en el resto de los familiares de las demás víctimas.
Las pericias. Todavía no se terminó de determinar a quiénes pertenecen los 900 restos encontrados en la zona del accidente. El juez Leónidas Moldes, a cargo del juzgado federal de Bariloche, solicitó esta semana a los familiares que indicaran todos los elementos que puedan servir para la identificación, como ropa que usaba cada uno de los pasajeros al momento de viajar, y sus accesorios.
El proceso, según informó el juzgado, podría demorar un mes más. Una vez concluídas las identificaciones se les entregarán los restos a sus familiares. Es relevante el reconocimiento de las víctimas, porque hasta que no sean identificados ante la ley son considerados como “desaparecidos”, lo que complica las gestiones para el cobro de los seguros de vida de los fallecidos.
