Entre la utopía y cierto terror por las posibles consecuencias de manipular ciegamente la naturaleza, las universidades europeas de Oxford, Estocolmo, Milán y Maastricht se unieron para un proyecto de dos años llamado Enhancing Human Capacities (Aumentando las Capacidades Humanas), que busca conocer con precisión en qué estado se encuentran ciertas tecnologías que podrían “mejorar” al ser humano como especie, y advertir sobre eventuales problemas éticos que tal uso podría conllevar.
Con la idea de que todo lo que pueda hacerse técnicamente será hecho por la ciencia tarde o temprano, los especialistas intentan adelantarse a posibles inconvenientes. La premisa de los científicos del proyecto, que se completará en octubre de 2007, es que hoy ya existen algunos experimentos que marcarán el camino de lo que será la manipulación genética ejercida ya no sobre plantas y animales sino sobre el mismísimo Homo sapiens. Y que la hoy incipiente terapia génica, que se ha usado con moderado éxito para curar ciertas enfermedades, podría aplicarse también a individuos sanos para hacerlos más inteligentes, más felices, más atléticos y, como si fuera poco, para que envejezcan más lentamente.
Dilemas. El problema con el aceleramiento artificial de las modificaciones genéticas es que no se puede prever qué características serán más útiles en el futuro. “Es difícil predecir las consecuencias a largo plazo de grandes cambios”, advirtió Matthew Liao, investigador del Programa sobre Etica de las Nuevas Biociencias de la Universidad de Oxford, durante un encuentro del grupo llevado a cabo en Pekín. “En estos asuntos, nuestro único recurso es cierto tipo de análisis, por momentos intuitivo y por momentos basado en prejuicios”, completó.
Según le señaló a PERFIL Anders Sandberg, del Centro de Etica Práctica de Oxford, no falta mucho para que empiecen a verse los primeros seres humanos genéticamente modificados.
En breve. “Técnicamente, podría hacerse hoy pero a un costo muy alto; en la práctica, llevará algunos años de trabajo con primates conseguirlo. Supongo que el primer humano modificado nacerá alrededor de 2010”, aventuró.
De todos modos, las modificaciones genéticas usadas para mejorar la inteligencia son extremadamente nuevas para cualquier especie. Recién en 1999 se presentó al ratoncito Doogie, cuyos genes que activan receptores cerebrales habían sido cambiados de manera que Doogie era apreciablemente más inteligente que el resto de los ratones.
Sí, en cambio, está avanzado el tema del mejoramiento muscular. De hecho, ya hace un tiempo que las revistas científicas hablan de doping genético. Y Charles Yesalis, de la Universidad de Pensilvania, pronosticó que en los próximos Juegos Olímpicos (Pekín 2008) ya habrá atletas modificados genéticamente.
La idea es insertar genes en deportistas para que produzcan, por ejemplo, mucha testosterona o glucocorticoides en alguna parte del organismo, por lo general, un músculo. Ese atleta tendrá una ventaja sustancial en comparación con los competidores “normales” que, encima, será indetectable en los análisis antidoping.
Debate. Más allá de que no cree que estos avances estén tan a la vuelta de la esquina, para el científico argentino Alejandro Mentaberry, del Ingebi-Conicet, “hace rato que el hombre salió de la evolución biológica y ya interviene en su propia evolución, lo que permite que individuos defectuosos o ancianos sobrevivan más tiempo, algo que la naturaleza no permitiría”.
Sin embargo, Mentaberry distingue entre los distintos avances. “Controlar el envejecimiento y llegar a que el término útil de la especie sea de unos 120 años puede ser medianamente posible. Pero la felicidad y la inteligencia no son sólo problemas genéticos. En ambos casos existen bases genéticas moleculares y fisiológicas, pero se desarrollan en un proceso y dependen bastante de la educación y el contexto social; sobre todo la inteligencia”, completó.
Donde sea que la ciencia avance, no es mala cosa que ya haya especialistas en ética debatiendo el asunto.