A Emiliano le gusta el skate, y a Brian, el fútbol. Son de Mar del Plata, tienen 17, y hace poco “sellaron su hermandad” con el mismo tatuaje en el brazo. Es que hace dos años, además de grandes amigos, se convirtieron en hermanos del corazón, cuando la familia de Brian adoptó a Emiliano. “Ellos tienen un vínculo hermoso, cuando vi el tatuaje primero los reté, pero por dentro me llenó de felicidad”, cuenta Romina Roca (36), su mamá. Fue por pedido de Brian, el mayor de sus tres hijos, que Roca y su marido le dijeron a Emiliano si quería ser parte de su familia.
“El venía mucho a casa pero era muy callado y yo no sabía que vivía en un hogar. Cuando mi hijo me planteó la adopción me sorprendí. Que un chico adolescente te pida es muy fuerte”, confiesa Romina.
Emiliano venía de dos fracasos con familias y vivía en hogares desde los 6 años. Ahora tiene mamá, papá, tres hermanos, primos, tíos y abuelos. Sigue andando en skate, mejoró en el colegio, habla de su pasado. Y ya le dice a Romina, mamá.
“No es fácil para los chicos cuando son grandes, porque vivieron un montón de cosas, pero aprendés un montón de lo fuertes y agradecidos que son. Mi casa es humilde, pero ellos valoran lo que les das. Difícil se te va a hacer con chicos de 1, 10 o 17 años”, agrega Romina.
Como Emiliano, muchos adolescentes esperan que una familia los adopte. Y saben que, a medida que van creciendo, se vuelve cada vez más difícil. Hace poco se conocieron los casos de L y Lu, dos chicos de 17 y 15 años que piden que los adopten antes de cumplir la mayoría de edad.
Es que, según estadísticas de la Suprema Corte de Buenos Aires, si bien hay más de tres mil personas con la voluntad y capacidad de adoptar chicos, hay trabas en los casos de los adolescentes: el 94% busca chicos de hasta un año, el 90% de hasta 2, el 33% hasta 6, el 6,7% hasta 10, y solo el 1,7% hasta 12.
En 2015, un informe de Unicef daba cuenta de que en el país casi diez mil chicos se encuentran sin cuidado parental en instituciones estatales y privadas –no todos son casos en situación de adoptabilidad, algunos son chicos separados de sus familias por cuestiones de violencia, por ejemplo–. Y casi la mitad vive entre CABA y la provincia de Buenos Aires, donde si se lo divide por edades 897 tienen entre 0 y 5, 1.415 entre 6 y 12, y 1.139 entre 13 y 17 años.
“Muchas veces creemos que los más grandes están esperando cumplir la mayoría de edad para salir de las instituciones, pero aún a sus 17 esperan vivir en familia”, explica la Dra. Alejandra Obligado, titular del Juzgado de Familia Nro. 5 de Mar del Plata, que trabaja con este tipo de casos.
Encuentro. Ambar y Valentino tienen 16 y 14 años, y hace poco celebraron un nuevo “aniversario” de familia con sus papás, Mónica Reyes (50) y su marido Daniel. En su caso, fue la primera y única vinculación. “Yo les digo que tuvimos caminos diferentes y que estábamos desencontrados hasta que nos encontramos”, cuenta Reyes, que antes de adoptar venía de hacerse varios tratamientos para quedar embarazada.
La decisión para cuando los llamaran fue no separar hermanos, y aceptar cualquier edad. “Nosotros también estábamos creciendo, y yo quería estar a la par de mis chicos. No siempre lo tradicional es lo que va”, dice. Y agrega que “cada familia se va adaptando, cuando contaba que había adoptado chicos grandes me decían que iba a ser difícil, pero hay un imaginario de que vos moldeás a alguien de una forma, pero nosotros nos fuimos conociendo, con miedos, sí, pero que fueran grandes ayudó a que habláramos todo”. Ellos tienen otro hermano mayor con quien mantienen vínculo.
Ese es uno de los puntos que prioriza el nuevo Código Civil, que busca acelerar los plazos de adopciones, dando prioridad a que los chicos puedan conocer sus orígenes y mantener vínculos con familiares, si los hubiere.
Una vez que se entra en el proceso de vinculación los tiempos para comenzar a vivir como una familia pueden acortarse, empiezan con visitas al hogar, hasta que pueden mudarse, donde continúan las visitas de asistentes sociales y audiencias en el juzgado.
Quienes pasaron por ese proceso con chicos grandes creen que hay que romper con la idea de que hay estructuras previas que no se pueden cambiar; y abrirse a la posibilidad de una situación familiar que puede no ser la que imaginaban.