Londres. (The Guardian). Mark Latham es el ex líder del Partido Laborista australiano. En una oportunidad, le rompió el brazo a un taxista por lo que intentaba cobrarle. John Prescott, el ex primer ministro británico, una vez le pegó una tropada a un hombre que le había tirado un huevo. Son dos hombres enormes.
Latham acaba de escribir un libro en el cual la cita clave es: “Los machos australianos fueron reemplazados por hombres al borde de un ataque de nervios y metrosexuales”. Continúa: “En vez de llamar espada a una espada, nuestra conversación nacional se centra en palabras débiles y pretensiones de educación”.
Concentrémonos en los metrosexuales. Podemos ser todo lo maleducados que querramos: no nos van a pegar. La palabra “metro-sexual”, como la palabra “post-irónico”, ingresó en el idioma sin que sepamos exactamente qué significa.
A “post-irónico” no la cuestionaron porque el concepto de “ironía” era tan fuerte, tan completo y su comprensión tan sine qua non para la mente sofisticada, que lo único que había que hacer era decir este conjunto de letras para que todos lo presentes miren al techo y silben, asustados de acercarse a la palabra por miedo a no haber entendido el punto y quedar como estúpidos.
La palabra “metrosexual” se hizo popular muy rápido porque, aunque moleste, implicaba un juego de palabras bastante inteligente. Analizada, es el antónimo de “heterosexual”, que en realidad significa “heterosexualmente hombre”, dado que rara vez se aplica a las mujeres.
Cuando los hombres se convierten en metrosexuales, en vez de heterosexuales, es porque su testosterona fue reemplazada por los hábitos de su vida urbana. Ir de compras, o consumir en general, fue históricamente considerada una costumbre femenina.
Pero cuando la gente tilda a los hombres de “metrosexuales” lo que realmente quieren decir es “estas grandes ciudades están llenas de gays, y estos gays están contaminando a los verdaderos hombres con su homosexualidad”.
Puede ser eso o puede ser una afirmación sobre el sistema de métro de la ciudad de París, aunque Latham probablemente me haría un juicio por sugerir que alguna vez escuchó del sistema de transporte público parisino o de París en sí misma, una ciudad netamente gay.
Se considera, por razones relativas a la ironía, que es un poco demasiado quejarse del componente homofóbico de la palabra “metrosexual” porque es utilizada sobre todo por la parte moderna de la sociedad, esos que dicen no tener un solo hueso anti-gay en todo el cuerpo.
Pero en mi opinión, cuando la palabra es utilizada por gente como Latham como parte de una más amplia exposición sobre la masculinidad, entonces hay una verdadera agresión escondida en él, siendo esta una observación con la que él mismo probablemente estaría de acuerdo. Pierde su charme en este contexto, y se convierte en homofóbica.
Hay ciertas frases claves (como “crisis de la masculinidad”, “muerte de la cultura machista”, “nuevo hombre” o “metrosexual”) que hicieron ósmosis y se colaron entre discusiones serias a fuerza de repetición y uso poco crítico.
Pero no son tan inofensivas como parecen. Cuando se hace un paralelismo entre la “muerte de la masculinidad” y el protagonismo de las palabras débiles, se está –esencialmente- culpando a los gays y a las mujeres por falta de honestidad y desmembramiento de la vida pública.
Además de ser ofensiva, esta noción deja sin responder una pregunta que resulta bastante fundamental: si los hombres son tan fuertes, tan machos, tan poco neuróticos, ¿cómo puede ser que su cultura haya sido estrangulada tan eficientemente por la parte más débil de la sociedad?