Si bien las elecciones dietéticas poseen su historia, sometidas a normas religiosas, médicas y sociales, la creciente significación de los mass media, del discurso nutricional y de las demandas sociales de información sobre la salud han hecho de la mercancía alimentaria una moral renovable según las expectativas y ventajas comerciales.
Las convicciones en este campo son tan fluctuantes como la inquietud de los consumidores. Los industriales despliegan esfuerzos por afirmar la superioridad de sus productos. Subvencionan investigaciones y dirigen campañas de relaciones públicas o de lobby. Los debates médicos parecen reflejar estas luchas más que arbitrarlas: los investigadores tienden a legitimar alegatos mercantiles.
Es indudable que no puede abstraerse la comida de la economía política, de la misma manera que los alimentos o las bebidas, en tanto bienes producidos, resultan ser causales de una expropiación laboral.
Ahora, respecto del rubro alimentario los datos del mundo que habitamos no son muy alentadores. El número de obesos ha alcanzado al de desnutridos por primera vez en la historia, 1.200 millones de personas de los 6.000 millones que habitan el planeta comen más de lo que necesitan, mientras que una cantidad idéntica padece hambre. Mundo desnutrido y sobrealimentado, dos rostros de la misma moneda. Nada más distante de un "mundo feliz" y de la fantasía crítica y satírica cinematográfica expuesta, en “La gran comilona” de Marco Ferreri, pues los padecimientos alimentarios –tanto por defecto como por exceso– involucran en el mundo de hoy al mismo sujeto o víctima.
* Sociólogo. Profesor de la Universidad de Quilmes y la UBA. Autor de “La Argentina fermentada”. (Paidós).