“No puedo creer que me hayan seguido hasta aquí. Está bien, perdí.” Esa fue la frase que el español Mario Raúl García Rodríguez pronunció tras darse por vencido y entregarse a seis agentes de Interpol. Aquel día, el experto en informática más buscado de España había dejado su modesto ciclomotor en la puerta de su casa y caminaba hacia lo de un vecino cuando fue sorprendido por la policía. Ocurrió en julio de 2005 en Carcarañá, una pequeña ciudad santafesina de 16 mil habitantes cercana a Rosario, que linda al río homónimo.
La detención fue una prueba contundente de la extensión de Internet. García Rodríguez, a quien le decían el “Gordo” y llevaba una vida modesta según los testigos, subía esposado al patrullero acusado de realizar estafas millonarias mediante la red de redes. Los medios de la península lo llamaban “el hacker más temido”, y su método era el “phishing”, con el que clonaba páginas de bancos para obtener datos y contraseñas de clientes.
La condena más grave, sin embargo, no la recibió de la Justicia, sino de sus propios pares cibernéticos, la llamada –y muchas veces temida– “comunidad hacker”, que dejó de considerarlo parte del clan. El caso del español, como el de muchos otros que utilizan su conocimiento en informática para cometer delitos, sirvió “para estigmatizar aún más nuestra actividad”, coincidieron varios hackers argentinos consultados por Perfil. “Pero no nos importa, siempre hay tentaciones”, añade uno de ellos.
Lea la nota completa en la edición impresa del Diario Perfil.