Cuando ganó, su chef parecía estar tomado por la misma sorpresa y emoción que cuando le dieron su primera estrella Michelin. El restaurante del platense Mauro Colagreco se convirtió, el lunes, en el mejor del mundo, según el ranking The World’s 50 Best Restaurants, y su equipo celebró, pero luego debió atender las 8 mil reservas que, según su cocinero estrella, les llovieron en las siguientes 48 horas. Mirazur está ubicado en Menton, un pueblito del sudeste de la costa francesa, justo en el límite con Italia. Pero ¿qué lo hace tan especial? Argentinos que lo visitaron y comieron allí cuentan sus experiencias y coinciden: “Es increíble, pero con un lujo amable, que no intimida”, resumen.
“Llegamos en tren, y esperamos que abrieran, en el horario del atardecer. Pedimos el menú de cinco pasos, una entrada, dos platos principales y dos postres. Sin vino y sin el carrito de quesos, pagamos 150 euros por persona, y conseguimos cumplir el sueño de comer allí casi de casualidad”, cuenta Carla Fontana, que estuvo con su pareja hace dos inviernos. “Los ingredientes de los platos nos sorprendieron porque se podían identificar; no nos sentimos intimidados por ellos, y eran de una belleza y una frescura increíbles”, recuerda, y ríe al pensar que, por terminar el postre, casi “perdemos el último tren de regreso”.
“Si tuviera que resumirlo en una palabra, la experiencia a mí me resultó emocionante”, cuenta con precisión Teresa Donato, escritora y guionista, que comió allí durante unas vacaciones “soñadas” con su marido, el crítico gastronómico Pietro Sorba, durante el verano europeo de 2018. “El lugar es hermosísimo, en medio de ese pueblito encantador agarrado del acantilado. Ya desde la entrada, donde te recibe una mujer hermosa, elegantísima, amabilísima, pero nada intimidante, una se siente relajada. Te sentás en una mesa en la que si te parás, parece que te caés al mar, eso ya te llena el corazón”, dice. Más allá de los platos, que recuerda con la misma emoción, a Donato la encantaron los detalles: “Todo es de un buen gusto extremo: platos de cerámicas distintas; roca, madera. Cada paso viene con su copa de vino. Y en cada uno, una persona que te explica. Todos sonrientes, todos contentos, todos apasionados, y sin ‘sobrar’ al que no entiende. Cordiales, emocionados por lo que hacen, algo que en una cocina es muy difícil de fingir”, asegura. Su marido –que “generalmente no anuncia cuando va a comer a algún lugar y siempre paga su cuenta”– pasó a la cocina y comprobó que el clima es idéntico al que se vive en el salón. “No pavean porque su cocina es difícil, pero trabajan con cordialidad”.
María de Michelis, que dirige la revista soloporgusto.com, estuvo allí hace un mes. “Es una cocina simple, sin barroquismos, mediterránea, y todo es visible en el plato. Es muy perfumada, muy colorida, muy amable, que no satura el paladar”, describe. Y de Colagreco asegura: “No puede llegar más alto que donde está, pero todavía elige los productos todos los días, con una dedicación obsesiva. Más que una estrella, sigue siendo un cocinero agricultor”, define.