Un Jesús que castiga y que mata. Una María Magdalena discípula y amada. Un José viudo. Un Jesús con hermanos. Que besa en la boca. Que de niño era milagroso. Y están por primera vez los padres de la Virgen, Joaquín y Ana. Y están las mujeres y un papel principal, a la par de los apóstoles. Y el primer líder de la Iglesia, que no fue Pedro, que se llamó Santiago. Está todo eso. Que es mucho. Y sin embargo, el listado podría seguir y hasta contradecir cada una de las certezas anteriores. Hay de todo: revelaciones y fábulas. Mensajes evidentes y difíciles de interpretar. Hay aventuras, enseñanzas, discursos. A todo se le llama, a las apuradas, evangelios apócrifos. Son, más bien, los libros no oficiales. Los menos conocidos, a veces secretos, tal vez prohibidos. Son la otra parte de la historia.
Cuenta por ejemplo el Evangelio de la infancia de Jesús, atribuido a santo Tomás: “Otra vez Jesús atravesaba la aldea y un niño que corría chocó contra su espalda. Jesús, irritado, exclamó: ‘¡No continuarás tu camino!’. Y, acto seguido, el niño cayó muerto. Algunas personas que habían visto lo ocurrido se preguntaron: ‘¿De dónde procede este niño que cada una de sus palabras se realizan tan pronto?’”. La descripción sigue: “José reta a Jesús, le tira la oreja, y Jesús se enoja mucho más con él”.
Otras cuestiones diferentes son las que expone el Evangelio de Felipe: “La Sabiduría denominada ‘estéril’ es la madre de los ángeles. Y la compañera del Salvador es María Magdalena. El Salvador la amaba más que a todos los discípulos, y la besaba frecuentemente en la ....”. Y justo allí el manuscrito no se lee bien, está dañado, les dio un trabajo espantoso a los expertos. Pero los investigadores coinciden en señalar que la conjetura más firme es que esa palabra borroneada es boca, que “la besaba frecuentemente en la boca”. Todos también aclaran que ese beso significa otra cosa distinta a compartir el amor. Según las tradiciones, el beso transmitía el conocimiento, regeneraba el espíritu.
El libro del gran discurso iniciático repite y hace más explícito lo que otros escritos –Hechos de Felipe, por ejemplo– ya anticipaban: el protagonismo femenino. Dice: “Jesús dijo a sus discípulos que estaban reunidos con él, los doce discípulos y las discípulas: rodeadme, mis doce discípulos y discípulas, para que os hable de los grandes misterios del Tesoro de la Luz, estos que nadie conoce, que están en el Dios invisible”. Son siete –dicen los evangelios apócrifos– las mujeres que siguieron las enseñanzas de Jesús. Y los hombres, sólo cinco.
La verdad subterránea. Por estos mismos días hay lío en el Vaticano. La televisión prepara una novela de dos capítulos y navideña. ¿El problema? Ahí José es viudo, tiene tres hijos, y Jesús es un niño que parece un grande. Está basada en los libros apócrifos. ¿Qué son?
En líneas generales, son los que no fueron canonizados por la Iglesia. Y no forman parte de la Biblia. Según Francisco García Bazán, eminencia en el tema, doctor en Filosofía e investigador del Conicet, este tipo de evangelios pueden dividirse de la siguiente manera:
1. Apócrifos: amplían las narraciones de los evangelios canónicos. Son evangelios no oficiales. Pero no prohibidos.
2. Judeocristianos: también conocidos como evangelios de los hebreos. Se respetan. Pero no son canónicos.
3. Gnósticos: escritos por los gnósticos, o señalados por la Iglesia como escritos por los gnósticos. No son reconocidos.
Sin embargo, a todos se los suele llamar apócrifos. El padre Luis Rivas, junto con un equipo de estudiosos, los analizó en el libro Evangelios apócrifos, de Editorial Claretiana. Allí señala que los libros no sagrados tienen distintas motivaciones. Entre otras, apunta, el interés por conocer hechos no consignados en los escritos canonizados. Pero también sostiene que “varios surgieron para sustentar doctrinas que no correspondían con las enseñanzas de Jesús”.
José Luis D`Amico, teólogo y director de cursos sobre la Biblia en la escuela católica Nuestra Señora de Sión, señala: “La gran importancia que tienen los evangelios apócrifos es acercarnos a un tiempo y a una cultura para ver en qué creían y qué pensaban en esa época”. También reflexiona sobre la cantidad de información sobre la vida íntima de Jesús que se publica en estos tiempos (basada, cómo no, en los apócrifos): “Esta cuestión de desplegar la vida íntima de Jesús tiene que ver con lo mediático, con la costumbre de conocer detalles íntimos de todos”.
Jorge Francisco Ferro, investigador del Conicet, sociólogo, dedicado hace años al estudio del primer cristianismo y de las sociedades secretas, cree que lo primero a subrayar respecto de los libros “subterráneos” es su contexto. “La escritura era carísima. La tradición era el boca a boca. Y los evangelistas eran los que llevaban la buena noticia nueva, referida a la salvación y la redención. Sólo se puso todo por escrito cuando ya no hubo nadie capaz de memorizar todo eso. Y al ponerlo por escrito se cristaliza la versión”, explica, seguro de que el paso de la escritura fue, a su vez, un dato cierto de decadencia. “No entendemos la tremenda precariedad con que se transmitían las noticias. Que los evangelios hayan sobrevivido es muy importante”, agrega.
En diciembre de 1945, dos campesinos egipcios hallaron, por casualidad, mientras trabajaban la tierra, una vasija sellada. La sorpresa fue cuando la abrieron y se encontraron con 13 códices encuadernados en cuero, que contenían, en total, 52 libros. Todo pasó cerca de Nag Hammadi y, desde entonces, la localidad le dio el nombre a esa biblioteca. Los trabajadores, mal asesorados por la madre de uno de ellos, creyeron que era muy probable que el hallazgo les traería una desgracia tras otra. Pero, muy a pesar de la superstición, consultaron primero a un maestro y más tarde a un religioso. Y los escritos llegaron al gobierno. Allí lo supieron: los papiros tenían un valor incalculable.
Recién en 1970 James Robinson, un investigador norteamericano, consigue ciertas garantías de la Unesco y que se hagan copias para que un gran equipo de investigadores empiece a trabajar en los escritos, que se estima son del siglo II después de Cristo, y fueron relatados por los gnósticos, que por aquellos tiempos tenían una interpretación distinta de los rituales cristianos, y que la Iglesia calificó como “herética”.
Francisco García Bazán es uno de los 200 especialistas mundiales en copto (el idioma en fueron escritos esos evangelios), y uno de los cien que, además, es experto en gnosticismo y cristianismo primitivo. Y puede hablar horas de esos textos que lo fascinan, y que tradujo al español. Por ejemplo, de las diferencias que hay entre el Jesús de esos evangelios y el de los canónicos:
“Es un Cristo que asciende sin haber sufrido, es puro espíritu, y su dominio sobre el cuerpo es pleno. Esto se contrapone con la idea de Pablo que sostiene que el fundamento de la fe es la cruz, la idea de que Jesús se entrega al Padre para la redención de los hombres”, advierte.
Los libros gnósticos todavía pueden deparar sorpresas. “Hay mucho por interpretar”, señala Bazán. “Lo más valioso es que está el pensamiento de los gnósticos, y no lo que sobre ellos decían quienes los combatieron”, agrega. Los gnósticos fueron cristianos relegados. De hecho tuvieron su etapa de oro, cuando gozaron de gran prestigio intelectual. ¿Tendrían razón? ¿Cuánto valor tiene su mirada? ¿Podrían ser sagrados sus evangelios? ¿Podría ser otra la historia?
El investigador Jorge Ferro tiene su hipótesis. “Toda tradición tiene una puerta ancha para todos y otra puerta estrecha para algunos; así parece que es la naturaleza humana”. Y no es el único que confía en los secretos.