En este hálito de cincuenta años, nos ha alumbrado un único propósito: entregar los mejores momentos de la vida a ser fervorosos constructores con designios de transformar la realidad. Hemos querido ser constructores de conciencia, constructores de edificios, constructores de una casa de los sueños, de nuestra largamente acariciada torre universitaria.
Porque la Universidad de Belgrano, como cualquier otra, ya sea pública o privada, tiene que ser no solamente un templo de conocimiento, un almácigo para que broten nuevos líderes con nuevas ideas y simiente de una crítica aguda en un marco de libertad y respeto, sino también un abrigo para los sueños que una sociedad va tejiendo.
Seguiremos sintiéndonos, nosotros y quienes nos sucedan, obligados a soñar, a crear, a amar. Atreverse a soñar es necesario; concretar esos sueños es un derecho.
En el caso del maestro, tan irreemplazable como el libro, la demanda es vivir para dar. En el caso de los discípulos, la demanda es vivir para recibir el saber y los conocimientos.
Para nosotros, es importante que se sepa que el juego universal de la enseñanza y del aprendizaje que hemos elegido desde nuestros orígenes para educar ciudadanos del mundo jamás es estático. Entre las paredes de la UB, en este 2014, se hablan cincuenta y cinco lenguas. Nos alienta lo distinto: otras ventanas nos invitan.
Esta casa de altos estudios ha abierto siempre sus puertas a la diversidad. Eso exige ser dúctiles, alegres.
Bueno o no tanto, nuestro prestigio ha reclamado décadas de trabajo. Nadie ignora que ningún profesor es cuestionado en nuestra universidad por sus ideales o su manera de pensar. Para que estos paradigmas subsistan, tendremos que perpetuar los cinco valores que nos impusimos desde nuestros inicios: pluralismo, interdependencia social, ecumenismo, autonomía y republicanismo.
Nuestras virtudes, si las hubiera, yacen menos en la brillantez que en la perseverancia, el coraje, la honestidad intelectual, la emoción y el regocijo de sentirnos privilegiados aun en lapsos de brutales derrumbes y de miedo. Cara a cara con el tiempo, en forma humilde y callada, aceptamos sin objeciones su veredicto.
Hemos procurado, no tanto con el discurso como con el contenido y con el cuerpo, dar más vida a la vida.
Una página de esta historia ha sido escrita. Quedan todavía unas cuantas en blanco. El desafío persiste. Serán llenadas por quien se asuma como protagonista. Por quien luche sin pausas, bendecido, como nosotros hasta este segundo de gracia, por lo manifiesto y lo divino.
*Fundador y presidente de la Universidad de Belgrano.