SOCIEDAD

Cómo fue el 22F del testigo de la causa de Once asesinado a balazos

Al maquinista Leonardo Andrada lo mataron el viernes brutalmente. En 2012, condujo el tren trágico la mañana del accidente y "sintió el cambio en la máquina".

"Andrada sabía, por experiencia, que marcharía más despacio y necesitaría más tiempo para frenar", relata la autora sobre el maquinista en la mañana de la tragedia.
| Cedoc

Leonardo Andrada, de la misma edad que Galarce, con unos pocos años menos como maquinista, tomó las palancas de la formación Chapa 16 a las 6.44 de la mañana en Castelar. La llevó hasta Moreno, liviana y estable, casi vacía. De Moreno saldría como Tren 3772 hacia Once. Comenzaba la hora pico, en que las masas de trabajadores del conurbano se vertían sobre la Capital: empleadas domésticas, albañiles, administrativos, operadores de call centers, vendedoras –casi todos bajo la presión de llegar en horario a sus trabajos. Al ver la muchedumbre en el andén, supo que, otra vez, había demoras. En efecto: hacía dieciocho minutos que no pasaba un tren.

La muchedumbre se metió en la vieja formación, luchando por los escasos sesenta asientos de cada coche, presionando por un metro cuadrado más, trabando las puertas con pies y manos, empujando hasta que la masa tibia se amoldara y cediera para admitir otro cuerpo. Quedaba algo de espacio en el medio, como siempre, pero todo el mundo quería viajar junto a las puertas. Al fin, éstas se cerraron y el Chapa 16 partió.

Nuevas multitudes esperaban en las siguientes estaciones. Los pasajeros originales fueron empujados hacia el interior de los coches hasta que no hubo espacio para un solo cuerpo más. Muchos quedaron en los andenes, ansiando que el siguiente tren no se demorara otros dieciocho, diez, o cinco, minutos más. El viaje hacia Once era largo, una hora desde Moreno si no había más dificultades que las normales. Y una nueva demora podía costarles el trabajo.

Andrada sintió el cambio en la máquina. Calculó que los viejos elefantes japoneses estaban cargados al triple de su capacidad: unas 1.800 o 2000 personas en total. Las 400 toneladas de hierro y acero se habían vuelto 560 toneladas; los motores las sentían. Andrada sabía, por experiencia, que marcharía más despacio y necesitaría más tiempo para frenar. Su cálculo era que, para aplicar un kilo de aire comprimido, necesitaba tres segundos con el tren vacío y unos seis o siete con el tren lleno. Entonces, comenzaba a aplicar el freno con más anticipación ante cada estación. Se había acostumbrado tanto a todo esto que le parecía lo normal. No ocurría con todas las formaciones, sino con las que tenían menos presión de frenado: El Chapa 16 pero también los chapa 8, 11, 12 y 14.

Llegó a la estación Castelar a las 7.46. Le tocaba descanso. Como todos los miércoles desde diciembre, entregó la formación a Marcos Córdoba para que la llevara hasta Once.

(*) El texto es un fragmento del libro Once, viajar y morir como animales (Editorial Planeta, 2012)