SOCIEDAD
entrevista al empresario secuestrado

“Con los 15 mil pesos que me robaron financié mi secuestro”

Por primera vez Daniel Rebagliati abre las puertas de su casa de Villa Devoto. Cuenta detalles de sus ocho días encerrado. Habla de sus captores. Y del temor a morir.

Calvario. “Me amenazaron con cortarme un dedo y me ponían una pistola en la cabeza”, recordó.
| Juan Obregon

“A las 12 de la noche se pagó el rescate y a las 3.10 el cuidador bueno me pide que no lo mire, me saca la capucha y me dice corré. Empecé a correr. No veía nada por el tiempo que había estado con los ojos tapados. Me caí y con la adrenalina que tenía por sentirme libre me levanté y seguí corriendo. Me habían liberado y lo único que quería hacer era correr y volver con mi familia”. El empresario Daniel Rebagliati (53) recuerda ese 6 de mayo como un volver a nacer y se le iluminan los ojos. No es para menos, había pasado ocho días secuestrado sin saber cuál iba a ser su suerte, soportando amenazas, golpes y tormentos. La pesadilla llegó a su fin tras el pago de un rescate de unos dos millones de pesos, pero la marca de lo sufrido lo va a acompañar toda su vida.
El empresario abrió la puerta de su casa a PERFIL para hablar por primera vez sobre todo lo que vivió. Aunque intenta mantener la sonrisa, los recuerdos lo perturban: “Me amenazaron con cortarme un dedo, me ponían la pistola en la cabeza. Me hacían la psicológica en contra de mi familia y eso me hacía muy mal”.
“Ellos se bajan con cuatro pasamontañas, ametralladoras. Me bajo porque pensé que querían la camioneta pero cuando noté que la intención era otra intenté correr. Me agarran de la campera y me meten adentro de un auto. Me ponen la capucha y precintos en las manos. Y después de que me escondieron llamaron a mi hermano para pedir rescate”, recordó aquel 28 de abril.
Los delincuentes desde un primer momento le advirtieron al dueño de la empresa Cintra, dedicada a la seguridad ambiental, que el secuestro venía “para largo”. Lo ocultaron en una habitación a unas treinta cuadras de la empresa, luego lo hicieron rotar por otros dos sitios. “Yo nunca salgo con plata –narra–, pero ese día tenía 15 mil pesos en el bolsillo. Creo que eso financió mi propio secuestro porque les dio la posibilidad de contar con plata para pagar distintos lugares donde esconderme y así ganar tiempo para negociar”.
—¿Cómo fueron los días de cautiverio?
—Siempre estuvieron conmigo tres cuidadores, que me trataban muy bien, sobre todo uno de ellos. Y después estaban los tres secuestradores que me trataban muy mal. Estos aparecían tipo 19 o a la una de la madrugada y, dependiendo de cómo iban las negociaciones, venían más buenos o más malos. El primer día usaron la picana y me pegaron para sacarme información de mi familia. Cuando estuve en el primer lugar más o menos sabía qué momento del día era cuando prendían la tele, pero cuando me llevaron al campo perdí noción del tiempo.
—¿Después a dónde lo llevaron?
—El día anterior a mi liberación habían tenido a mi hermano dando vueltas de una punta a la otra con la plata, pero como estaban paranoicos de que él tenía a la policía atrás frustraron el pago. Ese día llegaron muy enojados y fueron muy malos. Como no tenían dónde meterme y no podían llevarme al campo de nuevo, entonces me querían esconder en el baúl de un auto. Le pedí a uno de los cuidadores que no me metieran ahí porque sufro de claustrofobia y me iba a morir. El cuidador “más bueno” me dijo que me iba a buscar un lugar y me llevó a una casilla, cerca del sitio donde me largaron.
—¿En algún momento temió que lo mataran?
—Cuando los tres cuidadores me llevaron al campo pensé que me iban a matar ahí. Llevaba unos cuatro o cinco días secuestrado e imaginé que las negociaciones iban mal y que ahí se terminaba todo.
—¿Cómo fue el momento de la liberación?
—El cuidador bueno me saca la capucha y me dice que corra. Corrí y corrí, pero en un momento me paro, y me pregunto: “¿Qué hago?”. Me di cuenta de que era de noche y estaba en un barrio humilde (San José) pero no había nadie en la calle. Estaba descalzo, con un jean, una remera toda sucia, barbudo... De repente aparece un auto y le hago señas. Despacito me pongo adelante para que no se asuste y le pido que por favor me ayude, que me diga dónde había una remisería, que me habían robado. Me dijo que caminara tres cuadras y ahí le pedí por favor a la remisera que me abriera. Esa señora es una genia. Me dio café, me puso la estufa, me cuidó. Y llamé a mi familia.
Rebagliati ahora está focalizado en dejar la pesadilla atrás. “Un equipo de psicólogos de la policía me está ayudando y estoy medicado. Cuando salgo trato de no perseguirme, aunque los primeros días me costaba hacer el recorrido de mi casa a la empresa porque sentía que me seguían. Ahora sólo pienso en recuperar mi vida de a poco, aunque de lo que estoy seguro es de que volví a nacer”.