—Loco, escribile algo a tu hija, que no la ves hace un montón.
—¿Qué le escribo?
—¿Por qué no le hacés una poesía?
La conversación entre Alberto Sarlo (43), un abogado platense, y uno de los asistentes a su taller de literatura y filosofía se da en uno de los pabellones de la Unidad 23 de Florencio Varela, un penal de máxima seguridad bonaerense. Hace seis años que, junto a los internos del pabellón de presos comunes, Sarlo creó la editorial cartonera Cuenteros, Verseros y Poetas, con la que ya llevan publicados cinco libros que regalan a otras cárceles, villas y comedores escolares.
“Se dan cuenta de que con las palabras pueden generar algo en los que quieren, por eso empezamos con lecturas infantiles, para que puedan leer con sus hijos, y así les capto la atención y les transmito pasión por la literatura. Después vamos por la filosofía, y terminamos leyendo autores como Hegel, Kant, Derrida, Sartre, Marx”, cuenta Sarlo, que se define como un apasionado por la literatura, la filosofía y el boxeo.
El proyecto empezó hace seis años, aunque venía de una idea que Sarlo tenía de mucho tiempo antes. Como estudiante de Derecho, una profesora los llevó a recorrer la cárcel de Olmos, y esa experiencia lo marcó. “Vimos cómo eran los pabellones más complicados. Eso me marcó mucho, la gente vivía en hacinamiento y en las peores condiciones. Tenía 21 años, y ahí me convencí de que nunca iba a hacer derecho penal, pero que sí tenía que hacer algo para cambiar eso”, recuerda.
En 2008 se acercó a la editorial cooperativa Eloísa Cartonera, del escritor Washington Cucurto, conocida por sus tapas de cartón pintadas y dibujos. Con ellos publicó su primera novela en 2009, y decidió que quería replicar ese modelo en las cárceles. “No todos los presos llegan al sector educación, por eso yo quería ir al pabellón población”, dice.
El nombre de la editorial lo votaron entre todos los que participan del taller, donde además ven programas de filosofía (como los de José Pablo Feinmann), debaten sobre lo que leen y hacen los libros. También hicieron concursos literarios, donde los internos participaban y hacían de jurado. Los resultados del taller, dice, van dando sus frutos: además de los cuentos que publican, la violencia está mucho más contenida, y hay más respeto entre los propios internos, sobre todo por tratarse de un penal de máxima seguridad.