En la Feria de Villa Domínico, en el partido de Avellaneda, cientos de animales en venta miran el mundo a través de las rejas. Como si fuera una cárcel en miniatura, donde los reos portan plumas, colmillos o escamas.
Allí despliega su circo furtivo, cada domingo, Guillermo Fabián Tarello, un comerciante de 41 años que desafía a inspectores, ecosistemas milenarios y efectivos de la Policía Bonaerense II que se reúnen a pocos metros de su puesto.
Una denuncia presentada por la Fundación Vida Silvestre Argentina, a la que tuvo acceso exclusivo PERFIL, i ndica que Tarello estaría vendiendo ejemplares de especies silvestres, muchas de ellas en peligro de extinción, cuya comercialización está prohibida en la Argentina.
“El motivo de la presente es poner en su conocimiento la oferta ilegal de anfibios y reptiles por parte de varios puestos de la Feria de Pájaros de Villa Domínico”, señala la denuncia presentada ante la Dirección de Fauna de la Nación y la Dirección de Contralor y Uso de los Recursos Naturales y Pesqueros del gobierno bonaerense. Y detalla: “En particular, el del señor Tarello, quien ofertaba en los domingos pasados ranas trepadoras de origen brasileño (Phyllomedusa) y una considerable cantidad de saurios chaqueños (entre ellos, Teius teyou). A pocas cuadras de su puesto tiene su depósito, donde suele ofertar otros animales, como lagartos overos y colorados (Tupinambis) y boas ampalaguas y arcoiris, en su enorme mayoría de origen santiagueño”, precisa.
En ese stand de la feria, PERFIL pudo comprobar que también se ofrecía, por 35 a 60 pesos, gran variedad de tarántulas, entre ellas las chaqueñas. “La comercialización de esas arañas, que pertenecen a la familia Migalomorphidae o Migalomorfas, está prohibida”, explica Marcelo Silva Croome, jefe del Area de Fiscalización de la Dirección de Fauna de la Nación. “Algunas provincias sólo dan permisos de captura con fines científicos, nunca para comerciar”. Pero la actividad ilícita no se limita a las ferias de zona sur.
Mono se vende. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que en la Argentina el comercio ilegal de fauna silvestre mueve unos 50 millones de dólares anuales, según indica el libro La situación ambiental argentina 2005, publicado en mayo por la Fundación Vida Silvestre Argentina. Un gran negociado que en el país acorrala a varias especies amenazadas como la boa ampalagua, la tortuga terrestre chaqueña, el cardenal amarillo y la vicuña. En igual situación están el tatú carreta, el yaguareté y el venado de las pampas, entre otros.
En el podio. Interpol ubica esta variante del tráfico, el de animales, en el tercer puesto a nivel mundial, detrás del narcotráfico y la venta ilegal de armas.
“ Los animales son buscados vivos o muertos para venderlos como mascotas exóticas, trofeo o como subproductos, como sucede con los carpinchos, por su carne y su cuero”, resume la veterinaria Claudia Nigro, presidenta de la Red Argentina Contra el Tráfico de Especies Silvestres. La experta asegura que en el país, lo que más se trafica son aves, aunque hay un flujo ilegal constante de reptiles y mamíferos.
El 28 de noviembre, guardafaunas y personal de la Secretaría de Medio Ambiente de Rosario incautaron en el fondo de un supermercado de esa ciudad dos monos carayá, dos loros, un cardenal y tres jilgueros. En otro operativo hallaron unos 380 pájaros autóctonos que iban a ser vendidos en el mercado negro. Ese mismo día, pero en La Pampa, la Justicia condenó a dos años de prisión condicional e inhabilitación de cuatro años para ejercer cargos públicos a Felipe Valdéz, un funcionario provincial que se había apropiado indebidamente de dos llamas nacidas en una granja experimental del Estado. “Me gustaría tener dos de esos animalitos”, dicen que pronunció Valdéz. También fue condenada a un año de prisión excarcelable y dos años para ejercer funciones públicas a la veterinaria que le entregó los animales.
“Raptados de su ambiente natural, donde cumplen una función biológica, estos animales se estresan y se enferman”, indica Nigro. “A los monos bebés les matan a las madres y a los machos adultos que los protegen. Las crías son las que tienen más interés comercial”, aclara. En las ciudades, estos animales silvestres padecen enfermedades que a veces son difíciles de diagnosticar. “Los primates pueden transmitir tuberculosis y salmonelosis, y los loros, psitacosis”, alerta la médica veterinaria. Aunque algunos miran para otro lado.
A mediados de noviembre, un aviso clasificado publicado en el sitio www.segundamano.com.ar, ofrecía un mono aullador rojo a 75 pesos: “Se alimenta de vegetales y carnes magras (...) toma yogur (de vainilla). Muy cariñoso. Responde al nombre de Marito”, decía el anuncio.
Alerta animal. El universo de la demanda es infinito, impredecible. “Mientras haya compradores, va a haber tráfico”, asegura Verónica Díaz, coordinadora del Grupo Fauna Silvestre Contra el Tráfico de Aves Argentinas. En Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Rosario conviven las viejas costumbres con modas fugaces: están los de siempre, que buscan tortugas terrestres y loros habladores como mascotas, y los excéntricos que quieren pumas, guacamayos, tarántulas y boas autóctonas, o incluso un cóndor andino.
“Por eso, las formas de ocultamiento suelen ser un problema grave”, indica el comandante principal Mario Ismael Fernández, jefe de la División Protección Ambiental de Gendarmería Nacional. “No es fácil llevar un ave o un reptil escondido. Los meten en valijas de doble fondo, bolsas, medias, cajas de video... hasta los drogan. Hace unos años, en una intervención, rescatamos un mono que era llevado en una viandera”, recuerda.
Otra veces, las especies son víctimas de la caza deportiva o de la caza furtiva con la finalidad de usar su carne, su cuero o su cornamenta. También se las mata con fines decorativos. “Hace dos años, con Vida Silvestre, detectamos a un taxidermista suizo que cazaba ilegalmente en un parque nacional”, recuerda Hernán Ibáñez, inspector de la Dirección de Fauna. “Se estaba llevando unas 230 aves para embalsamar, entre ellas un Maca Tobiano, una especie que está en peligro. Ni en el museo de Ciencias Naturales tienen un ejemplar montado”.
Prohibidos. La caza, tenencia y venta de aves autóctonas como jilgueros, siete colores y reinasmoras está prohibida. Lo mismo pasa con los monos carayá, los yacarés overos y las tortugas terrestres, entre otros animales muy demandados. Su captura y comercialización está penada por la ley nacional 22.421 sobre conservación de fauna silvestre. Las sanciones van de los seis meses a los dos años de prisión. Por eso, en la Argentina está permitida la importación de algunos tipos de loros, tortugas norteamericanas, iguanas verdes y otros reptiles que son criados legalmente. “Para que una persona compre un cardenal amarillo en una pajarería o en un pet shop tal vez murieron nueve pájaros en el camino”, aclara Silva Croome, de la Dirección de Fauna.
Claudio Bertonatti, uno de los directores de la Fundación Vida Silvestre, aconseja: “Antes de comprar una mascota, debemos averiguar si es legal y si podemos cuidarla bien”. Y advierte: “Muchos creen que detrás del tráfico de fauna sólo hay un traficante, pero hay muchos más: funcionarios públicos, transportistas y, sobre todo, compradores”.
L a mayoría de las especies amenazadas por el tráfico y la caza furtiva habita en el Gran Chaco Americano, una región ecológica de más de un millón de kilómetros cuadrados repartidos entre Argentina (61%), Paraguay (25%), Bolivia (14%) y Brasil (0,1%). Es una de las zonas más biodiversas del planeta, y el área boscosa más grande del continente después del Amazonas. En nuestro país, la región abarca las provincias de Chaco, Formosa, Santiago del Estero, Salta, Jujuy, parte de Corrientes, Tucumán, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y La Rioja. De allí bajan, como lluvia, las rutas silenciosas del tráfico de animales. Según la Dirección de Fauna de la Nación, se estima que cerca del 80 por ciento de esos ejemplares, extraídos violentamente de su hábitat, muere antes de llegar a las “bocas de expendio”. A los que se salvan no les va mejor.