Ki’imak óolal es la traducción al maya de la palabra placer, esa que define lo que cualquiera desea cuando sale de su casa en busca de vacaciones. Y el placer está al alcance de quien se lo proponga en Cancún y en su entorno, la bellísima península de Yucatán, en la que viven un millón de mayas puros y visitan millones de mexicanos y extranjeros que se van cautivados por cenotes y selvas, playas estupendas y ese mar azul turquesa de aguas transparentes.
Hay maneras y maneras de buscar el placer y conseguirlo. Para los turistas estadounidenses (la mayoría de los que recalan en estas playas), todo se reduce a una buena habitación, una o más bellas piscinas y un bar que alimente sus demandas etílicas para hacer de lagarto al sol hasta la hora de la cena. De playa, ni hablar. Para un argentino, más cercano al turismo aventurero que a la pasiva siesta al sol caribeño, Cancún puede ser una base de operaciones inmejorable para acceder a la Riviera Maya y sus misterios, sus bellezas y paisajes variopintos.