“Cuando Esperanza y Tomás se dieron el primer beso en la novela, mi hijo me preguntó si había sido como el beso que nos dimos con su mamá”, cuenta Adrián Vitali, ex sacerdote que se enamoró de una mujer con quien se casó tras esperar diez años la dispensa papal. Adrián ingresó a los 18 años al seminario y hasta los 30 mantuvo el celibato. “La sexualidad se nos ha dado para vivirla. La gente se basa en su propia biología, entonces no cree que el celibato sea posible”.
En relación con el impacto de Esperanza mía, el ex sacerdote y padre de dos hijos asegura: “Creo que muestra que lo prohibido, en la intimidad, se transgrede. Me parece positivo que invite a debatir un tema que el poder niega”.
Adrián cuenta que cuando se acercó a sus superiores para contarles que su novia estaba embarazada le dijeron que podía seguir siendo cura en una parroquia lejana mientras ellos se hacían cargo de la manutención de su hijo: “Las autoridades eclesiásticas conocen quiénes son los curas que tienen hijos y o parejas, pero no toman medidas porque se quedarían sin curas en las parroquias”.
Osvaldo Rolaiser entró al seminario en cuanto terminó el colegio, ocho años después se ordenó cura. “Fui muy feliz todo ese tiempo. Sin embargo dentro mío siempre hubo una búsqueda y deseo de formar una familia. Cuando me enamoré de una mujer, tuve que hacer una importante elaboración interior para comenzar otra vida”.
Osvaldo asegura que en su proceso tuvo mucho apoyo de sus amigos curas y del entonces cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, a quien tuvo que dirigirse en última instancia.
“Si bien creo que lo que muestra Esperanza mía está muy lejos de la vida real, humaniza la figura del cura”, comenta Osvaldo, y agrega que el celibato es un tema en discusión, pero cree que con el tiempo se volverá un voto optativo.
En este mismo sentido, Andrés Gioeni, también ex cura hoy casado con un hombre, está convencido de que “el papa Francisco no termina su pontificado sin permitir que el celibato sea una opción libre para el sacerdocio”.
La vocación religiosa en Andrés nació cuando misionaba en un barrio marginal en Mendoza. Tiempo después de ordenarse cura empezó a sentir “un vacío interior, un dolor que me reclamaba compañía y afecto. Cuando pude darle curso a esa necesidad me di cuenta de que era homosexual. Sufrí mucho durante mucho tiempo. Ahora estoy en pareja desde hace once años y el año pasado finalmente pudimos casarnos. Pero para encontrarnos con Luis tuve que aprender a conocerme”, relata.
Andrés considera que Esperanza mía invita a los jóvenes a hablar de estos temas, como la película Camila lo hizo en otras generaciones, pero asegura que el referente, Lali Esposito, no es religioso: “Ella se está disfrazando, no es una monja real”.
Por su parte, Facundo Ortiz de Zárate decidió dejar los hábitos luego de 18 años dedicado a la vida religiosa y cinco a tomar su decisión. “Empecé a tener dudas porque me costaba encontrar mi felicidad con las exigencias de la vida religiosa. Cuando salí empecé a hacer una vida normal, salir, vivir solo, y conocí a mi actual mujer. Cuando recibí la dispensa nos casamos por Iglesia y tuvimos tres hijas. Ellas son las que me cuentan de la novela”, dice.
En contra
“No miramos esa novela, solamente la vimos dos veces y no nos gustó”, asegura la hermana Laura, monja responsable de la Congregación de Santa Marta, cuyo monasterio está ubicado en Barracas.
Consultada por PERFIL sobre la gran repercusión de la novela, la religiosa considera que este tipo de programas no ayudan a la Iglesia, “que es una institución que ya tiene muchos problemas”, y señala como uno de ellos la poca vocación para hacerse religiosas. La hermana asegura que mucha gente en la calle le pregunta por qué la Iglesia no hace algo para evitar que se hagan este tipo de programas. Respecto del fenómeno de la utilización de la indumentaria eclesiástica como disfraz, está en total desacuerdo: “El hábito no es para jugar”.