Carteles de emergencia pegados con cinta adhesiva, ausencia de matafuegos, sótanos y primeros pisos atestados de gente y con escaleras sinuosas que dificultan el acceso.
Durante varias semanas, PERFIL recorrió pubs y bares de la Ciudad de Buenos Aires y descubrió que, a dos años de la tragedia de República de Cromañón, no mucho parece haber cambiado en materia de seguridad.
El 31 de diciembre de 2004, un día después del incendio que mato a 194 personas, el Gobierno de la Ciudad clausuró todos los boliches clase C, a los que obligó a cumplir con nuevos requisitos de seguridad para poder reabrir y se determinó que deben obtener un permiso especial para realizar recitales.
Sin embargo, las medidas de prevención de incendios y accidentes parecen no haberse instalado en los lugares que albergan bandas pequeñas, la mayoría de ellos habilitados como café-bar o confitería con habilitación para música o canto.
Tal como están las cosas hoy, pareciera que los recitales que convocan entre 150 y 300 personas son los más peligrosos.
La tragedia de Cromañón, sumada a la de Kheyvis en la que murieron 17 chicos, debería haber servido, por lo menos, como ofrenda para que no vuelva a pasar. Pero no sorprende: las cajas de recaudación son más importantes que las vidas que exigen.