Este Bicentenario (como algunos bebés) viene de nalga. Algo pasa con él, pues salvo ciertos avivados del merchandising, lo miramos de reojo, culposos, buscando la forma de tirar la fecha a futuro. Esta semana una puntual encuesta on line fatta in casa marcó tendencia. De cada cuatro, tres votaron celebrar el 2010 en 2016. No está mal. Señal que maduramos.
El 25 de mayo es embeleco que amasaron de a poquito Mitre, Grosso y Billiken. Lo real es que duró 6 años y su campanazo final de victoria sonó en Tucumán. En el porteño 25 de mayo de 1810 ni hubo pueblada ni paraguas ni Cisneros huyendo en helicóptero a Colonia. Todo lo contrario: esa noche flamantísimos patriotas se allegaron al Fuerte a presentarle sus saludos (sic) al virrey (no fuera se les cabreara un poco más) Pichones de Maquiavelo que empezaban a ser temían salir engrillados y coincidieron en practicar el disimulo.
Hubo brindis con jerez recién venido de Cádiz. Solo un traidor podía pedirle champán al mozo: Napoleón había saltado los Pirineos y rodaba por Iberia veloz como mercurio. En su estratégica visita pusieron la caripela y hasta hablaron pestes del Corso desbocado. Ya por entonces (y aun no existiendo Perón) “la realidad era la única verdad” así que se bancaron el envite. Y de allí en más entraron a tejer lo que les llevaría 6 años completar.
La Cosa empezaba. Pero todavía no era la Cosa. Lo del Cabildo a la mañana fue reunión de elite. Sólo entraron 200 elegidos con lupa: 59 comerciantes hispanos, 50 militares y vecinos de fortuna. Patriotas, pocos.
El horno no estaba para bollos. Como siempre que huele a despelote una flotilla inglesa merodeaba por los bordes y se escondía detrás de Martín García. Rumores había mil y Cisneros no era gil. Perdido Madrid, se venía la noche del Rey y la suya también. Tenía datos de lo insinuado en el Cabildo de enfrente. La mecha ya estaba preparada y su encendido real era cuestión de tiempo. ¿Cuánto? El fueguito libertario debió arder seis años para que la Cosa explotara (en serio) en 1816.
Fue un tiempo de altibajos. De péndulo. De no ser por el arrojo de Monteagudo y Castelli en 1811 reculábamos hasta 1809. La historia siempre se mueve así. La mundial y la doméstica. Quizás porque su partera es la violencia (eso creía Marx) cada vez que cambia viene de nalga (como insinúa venirse nuestro 2010). O tarda o se alarga. La revolución Francesa necesito 4 años. La Rusa 10. Y aún así, a las dos les llegó un rebobine espantoso.
Los cambios en joda (como los que padecemos en la actualidad) sólo suceden en los discursos. Los de fondo son aquellos en los que el pueblo, al menos por un rato, consigue “saber de que se trata”. Hoy la Cosa es pólvora mojada. La Patria real está en suspenso.
Quienes ocupan el ex Fuerte de Balcarce 50 (y muchos otros del entero país) gobiernan negando estadísticas de horror. Que son 5.000 (sic) los nuevos pobres que se suman por día (sic) a los 16 millones reunidos desde Menem a esta parte. Sería inmoral celebrar el Bicentenario. El censo duele y sangra y urge. Mejor vendría dejar de patearnos la cara, entrar en diálogo nacional y evitar ya mismo que por desnutrición mueran 8 chicos por día y otros miles sigan cayendo en la banquina de la historia. Sería el mejor comienzo de la celebración del Bicentenario. Entrar en 6 años de reparación social y brindar cuando lo hayamos merecido.
(*) Especial para Perfil.com