Hay un reducto de Buenos Aires en donde las mujeres casi no se acercan y los hombres, entre café y café, se pasan la tarde hablando de bueyes perdidos: los billares. Espacios oscuros y, en general, subterráneos, aún conservan el brillo de lo que fueron en su época de esplendor, cuando los caballeros de toda ocupación y edad encontraban la excusa perfecta para reunirse con amigos y escaparse de la rutina.
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