Quien la viera aislada, suelta, no vería demasiado. Apenas una señora inglesa del montón, regordeta y con esa edad indefinible de las amas de casa. Una mujer bajita y con el pelo oscuro cayéndole sobre los hombros y la frente. Una madre más entre las miles que se amontonan cada tarde a la salida de los colegios, a hablar del fútbol de los chicos, los maridos andropáusicos y esa clase de cosas.