En la película “La princesa que quería vivir” (1953), una jovencísima Audrey Hepburn accedía a su primer protagónico encarnando a una heredera al trono aburrida del protocolo y el encierro. Recién llegada en visita oficial a Roma, se escapaba del control de los miembros de la corte y corría a las calles vestida como una chica común y corriente para disfrutar en directo de la realidad. ¿Qué es lo primero que hacía la princesa en libertad? Cortarse el pelo, casi pegado a la cabeza, sacándose de encima la larga cabellera que parecía ligarla a la opresión de la responsabilidad.