Entre las tres suman 30 kilos. Apenas se pueden mover y comen más de una ración de alimento balanceado por día. Son las gatas obesas de Eduardo Bergara Leumann, el artista fallecido hace tres años.
Milonguita, Botica y La Negrita hoy viven en la casa de Mónika Cormillot, la mujer del reconocido nutricionista. Se hizo cargo de la guarda por pedido de su amigo Bergara, que lo dejó por escrito en su testamento.
Ella se desvive por cuidarlas y las mantiene a dieta. Acondicionó un cuarto para que estuvieran cómodas y se sintieran bien: les puso una cama de dos plazas y una mesa de la misma altura para que puedan comer acostadas.
Como el sobrepeso no les permite saltar, tienen una escalera para poder subir al colchón sin inconvenientes. Sobre la mesita de luz hay un portarretratos con una foto vieja de Bergara Leumann abrazándolas. Eran otros tiempos. Hoy viven angustiadas y llevan una vida sedentaria y abúlica. Casi no salen de la habitación.
Hijas. Las gatas llegaron a la vida de Bergara por casualidad. Él siempre había tenido perros, pero la Botica del Ángel -donde vivía- se le había llenado de ratas y necesitaba controlarlas. Las adoptó con ese fin, y se convirtieron en “lo más importante de su vida”.
Daniel Angelone, su pareja durante 29 años, relata la historia de amor felino: “En esa época no teníamos la ley de matrimonio igualitario y no podíamos adoptar una criatura. Entonces las gatas se fueron convirtiendo en personas y para nosotros eran nuestra familia. Él siempre decía: ‘No me gusta llamarlas mascotas, son mis verdaderas hijas”.
Fue el exceso de amor lo que las engordó. Según Angelone, “no había forma de que Eduardo entendiera que no les podía dar tanta comida. Les daba todo lo que tenía en su plato”. La dieta hipercalórica incluía fetas de salmón rosado, paté, langostinos y atún natural.
Visitas. Las gatas fueron la gran compañía de Bergara durante su larga enfermedad. “Él tuvo un accidente cerebro vascular en el 2004 y hasta que falleció en el 2008 ellas estaban permanentemente a su lado. Una vez estuvo internado mucho tiempo en la clínica Favaloro y las extrañaba tanto que pidió un auto para ir a visitarlas. Estacionó en la cochera de la Botica y yo se las llevé para que las vea”, cuenta Daniel.
Cielo. Hace poco, el viudo de Bergara vivió un episodio fantástico: “Fui a ver a las gatas a la casa de Mónika y me quedé sorprendido porque la gatita blanca ni bien llegué me reconoció. Estaba la foto de Eduardo ahí al lado, yo se la mostré y ella la miró fijo. Entonces le pregunté: ‘¿Sabés dónde está Eduardo? E inmediatamente levantó la cabecita al cielo”.