El libro de Astrid Pilkenny y Carolina Arenes cuenta la tragedia de la dictadura, desde la perspectiva de los hijos de quienes fueron protagonistas de la era más oscura para los argentinos. Las autoras conversaron con Perfil.com sobre su obra:
-¿Por qué decidieron la temática de los hijos para el libro?
-Porque los hijos, que no son responsables de nada, que no tuvieron participación en ninguna de las decisiones que tomaron los adultos, son los que cargan con la herencia, con las heridas, con el peso de una historia que marcó y, en muchos casos, sigue marcando sus propias vidas. Nos interesaba saber cómo había tramitado esas huellas la generación siguiente. Hijos e hijas de hombres y mujeres que estuvieron relacionados de algún modo con la violencia política de los años 70. Padres represores, padres y madres asesinados por la dictadura o por las organizaciones armadas o por la Triple A, guerrilleros, militantes, desaparecidos, madres obligadas a parir en cautiverio, padres presos por causas de lesa humanidad. Hijos que defienden lo actuado por sus padres, hijos que los idealizan. Hijos que los cuestionan y toman distancia.
Fue la historia de la hija de un general de la dictadura, que conocimos casi por casualidad hace unos cinco años, la que nos puso en el camino de los hijos. Ella nos hizo pensar en las huellas, los traumas, que la tragedia política había dejado no ya en los protagonistas o en las víctimas directas, sino en la generación siguiente. Y nos hizo pensar por primera vez en algo que no había estado muy presente, que eran los hijos de quienes habían sido parte de la represión ilegal. “Sentía vergüenza y culpa–nos dijo-, vergüenza de la mirada de los otros, culpa ante la sociedad.” Hijos que sintieron la necesidad de saber qué habían hecho sus padres. “Tenía miedo de que me dijera que él había estado en un campo de concentración”, nos dijo el hoy fiscal Diego Molina Pico, hijo del almirante Enrique Molina Pico.
Hijos de militares y policías que, muchas veces, buscaron información en el Nunca Más o llamaron a los organismos de Derechos Humanos para saber qué habían hecho sus padres.
- ¿Cuál fue el testimonio que más les impactó?
-Todos los testimonios son impactantes y muy conmovedores porque en todos hay mucho dolor. Tal vez una de las primeras cosas que nos sorprendió y que terminó de darle forma a la búsqueda del libro fue cuando empezamos a conocer historias de acercamiento entre hijos de desaparecidos y ex guerrilleros con hijos de militares. Había poco registro del modo en que se miran y se piensan mutuamente “los hijos de los 70”. Sin embargo, desde hace algunos años, se encuentran y se ven las caras en los recintos de la Justicia o en los pasillos de la política. Se ven celebrar un fallo o romper en llanto al escucharlo. Coinciden como padres de los grupos escolares de sus hijos. Se encuentran porque la vida social muchas veces los acerca y, a veces se encuentran porque se buscan. El escritor Félix Bruzzone, hijo de dos militantes del ERP desaparecidos, fue hasta el penal de Marcos Paz en el auto de Aníbal Guevara, vocero de la autodenominada agrupación "Hijos y nietos de presos políticos". Félix está trabajando en un libro sobre los condenados por lesa humanidad y Aníbal, que denuncia ilegalidad en los juicios y, en muchos casos, como en el de su padre, desvíos procesales que violan garantías constitucionales, oficia de guía e interlocutor en ese recorrido. Aníbal impugna los juicios; Félix, que impulsa la investigación de la Justicia para saber qué pasó con sus padres, los defiende, aunque acepta que en algún caso pueda haber arbitrariedades. No se obligan a ponerse de acuerdo, pero se escuchan, discuten y se asoman al dolor del otro lado. Hijos con experiencias diversas que expresan matices de una historia muchas veces contada en blanco y negro.
Tal vez el testimonio de Luciana Ogando fue uno de los más conmovedores. Nació en cautiverio durante el secuestro de su madre y su padre fue un oficial montonero que pidió ser ajusticiado por sus compañeros montoneros porque había dado información bajo tortura. Ella conoció su historia siendo ya adolescente y desde entonces busca reconstruirla, sin idealizar el pasado militante de sus padres, tomando distancia, pero sin entregarse tampoco a una crítica feroz, desentendida de las coordenadas de la época.
- ¿Cuáles son los puntos de unión y cuáles son las diferencias entre la visión de los entrevistados?
- Las historias y los testimonios están hermanados por la violencia de los años 70. Sus padres han sido asesinados por la dictadura, por ERP, por Montoneros o la Triple A o han tenido participación en la estructura represiva de las fuerzas armadas y policiales y hoy están procesados o condenados por delitos de lesa humanidad. Los hermana el dolor de una época que reemplazó la política por la violencia y el impacto ineludible, indeleble -en algunos casos atroz- en la generación siguiente. También los une su condición de “hijos”, hijos que en algunos casos portan los mismos nombres y apellidos que sus padres (Mario Firmenich, Jaime Smart, Marcelo Dupont, Aníbal Guevara) y deben lidiar con el peso de una historia en la que no fueron protagonistas ni tomaron decisiones. En cuanto a las diferencias, cada historia tiene sus matices y sus singularidades; y los hijos se paran de maneras muy distintas frente a esa historia. Hay hijos que idealizan a sus padres y otros que los critican y han roto lazo con ellos. Hay hijos que no conocieron a sus padres y otros que hoy se hacen cargo de ellos visitándolos en las cárceles, ocupándose de los temas legales y médicos, poniendo sus vidas en suspenso. Hay hijos con una enorme capacidad reflexiva y de resiliencia, y hay hijos a los que les cuesta más ese camino. Hay hijos que coinciden con la perspectiva política de su padre y otros que hacen planteos y preguntas de otro orden.
-¿Les costó mucho lograr que los hijos se abran y hablen?
-Es imposible generalizar. Con todos los entrevistados tuvimos encuentros informales previos en los que les contamos la idea del libro para que pudieran hacer todas las preguntas que necesitaban antes de definir si finalmente aceptarían conversar con nosotras on the record y con un grabador de por medio. Aunque hubo algunos hijos que finalmente prefirieron no participar del libro por motivos distintos – porque no querían reabrir heridas familiares, porque preferían enfocarse “en el futuro más que en el pasado”, porque los angustiaba hablar de estos temas y además hacerlo público- hubo muchos otros que sí quisieron hacerlo. En muchos casos hubo necesidad de hablar, de contar y de ser escuchados; y a pesar de que había pasado el tiempo y el tema era doloroso, rápidamente pudimos construir un clima de intimidad y respeto que les permitió a los entrevistados reconstruir, rememorar y reflexionar descarnadamente sobre las marcas del pasado en el presente, sobre lo que habían podido hacer con aquello que les había tocado vivir.
En otros casos hubo más pudores y resistencias y también, estrategias para “administrar” lo que podían decir, por motivos distintos. Algunos buscaron antes que nada cuidar la memoria familiar o poner a resguardo a los seres queridos que aún viven; otros midieron sus palabras porque sus padres están procesados o condenados y hay cuestiones legales en curso que condicionan sus testimonios.
-¿Piensan hacer una segunda parte?
-La verdad es que no lo habíamos pensado hasta ahora, pero desde que el libro fue publicado, recibimos muchos mensajes y correos de personas con distintas historias, hasta ahora desconocidas, que quieren contar lo que hasta ahora no habían contado. Quién sabe. Quizás haya una segunda parte.
"Hijos de los 70. Historias de la generación que heredó la tragedia argentina", Carolina Arenes y Astrid Pikielny, Editorial Sudamericana.