El crossfit pisó fuerte en el país: con más espacios dedicados a este entrenamiento, llega cada vez a más lugares, y entró en la Villa 31, donde todos los sábados los profesores del box Jotun, en Retiro, empezaron a ir a entrenar a los chicos del barrio, que se engancharon tanto que ahora también aprendieron para ayudarse entre sí y hacer ejercicios todos los días de la semana (ver aparte). Para otros, incluso, es una idea de salida laboral.
La idea surgió cuando Lucas Morales, vecino de la Villa 31 y voluntario de la fundación Botines Solidarios –que forma equipos de rugby en barrios vulnerables–, se acercó hasta Jotun, preguntando si podía empezar a entrenarse. A medida que fue contando su historia, con Pablo Cariman (37), dueño del box y profesor de crossfit desde hace seis años, pensaron que sería una buena idea ir a entrenar a los chicos ya que, al ser un entrenamiento intenso, es ideal para quienes hacen deporte de competencia, pero a la vez por sus costos no es accesible para todo el mundo.
Así, empezaron a ir los sábados. Arrancaron con grupos chicos, pero el entusiasmo creció y ahora juntan unas sesenta personas. “Al principio, no conocían el crossfit y no teníamos los elementos y materiales. Estaban reacios a algunas actividades de los entrenamientos, no querían hacer verticales, por ejempolo. Conseguimos los discos y las barras, y se empezaron a enganchar”, cuenta Cariman.
Y agrega: “Los chicos se están interesando cada vez más en el deporte. Y los que lo ven como algo más profesional, por decirlo de alguna manera, empiezan a dar clases por su cuenta a la noche, al menos para empezar. Y definitivamente ven una posibilidad laboral ahí, porque es algo que les encanta. De hecho, uno de los chicos ya hizo la capacitación para ser coach de crossfit, y la aprobó”.
Hace un tiempo, además, hay diez chicos que van a entrenarse también al box, y entre semana son ellos mismos quienes hacen clases en el barrio.
“Cuando arrancamos, Kevin, uno de los chicos que ahora entrena a otro, estaba por dejar la escuela. Entonces, los chicos le decían que metiera las materias así podía seguir entrenando. Ahora es profesor de nivel uno y da clases en el barrio. A todos les sirve como desahogo”, explica.
Muchos vecinos ya son voluntarios. Tienen un grupo de WhatsApp donde se avisan a qué hora se encuentran, así se aseguran que haya un grupo grande. El lugar del entrenamiento es la cancha Bichito de Luz, en el barrio YPF. Uno de los chicos, que vive al lado, guarda los materiales.
“Hacemos un precalentamiento, nos dividimos por edades y los empezamos a iniciar con el crossfit y los movimientos funcionales”, cuenta Juan David Jurado, colombiano que hace dos años descubrió el crossfit y hace uno que es entrenador. Le dicen Chili y va todos los sábados.
Fanáticos. La mayoría no conocía la disciplina, que viene de Estados Unidos y tiene la premisa de potenciar la fuerza del cuerpo sin usar máquinas pero con elementos como barras y pesas. Por eso, entre los chicos que empezaron a entrenarse juntaron plata, vendieron unas chapas que les donaron desde el gimnasio, y se compraron varios de los elementos que necesitan: kettlebells (pesas), barras de pullups, discos, sogas. Todo a pulmón. “Con los chicos del barrio es una herramienta para que tengan la mente ocupada, puedan compartir con gente de afuera, dejar los vicios y las malas compañías”, concluye Chili.
Ejercicios para “sacarse la bronca”
Brian Amaya (26), o Beibi, como lo conocen, es un fanático del crossfit. Cuando vuelve de trabajar –hace todo tipo de mantenimientos, plomería, electricidad–, aprovecha para estar con su familia hasta que llega la hora de prepararse para ir a entrenar. Además de los sábados, junto a su hermano Ian, su amigo Monchi y otros chicos del barrio, empezaron a ir a entrenarse al gimnasio de Cariman, que los alienta para que además se animen a competir. Ya estuvieron en nueve competencias, y desde que arrancaron a entrenarse ellos mismos se organizaron para que el entrenamiento de los sábados se hiciera, además, todos los días de la semana.
“Hacemos clases de lunes a viernes, a la noche. Nos acomodamos al horario de los chicos. A veces somos sesenta”, cuenta Amaya a PERFIL.
“Me gusta relacionarme con buena gente, estar entrenando, sacarte la bronca. Es otro mundo: ahí me desahogo, y todos hablamos el mismo idioma”, agrega.
“Juntamos bastante plata para comprar las kettlebells y las barras”. Además, les donaron discos con la leyenda Barrio 31, y ahora desde Jotun están tratando de conseguirles indumentaria, para consolidar el equipo que formaron. “Me pone contento ver cómo avanzamos, porque hay chicos que capaz antes estaban fumando en la esquina y de a poco se empezaron a acercar, y ahora están entrenándose, eso es lo mejor”, concluye Amaya.