El 24 de diciembre de 1828 una luz muy brillante atravesó las ventanas de una casona -ubicada en las cercanías de la avenida Belgrano y calle Bolívar-. Grupos de vecinos corrieron alertados al lugar, esperando ver un incendio, pero lo que se encontraron los sorprendió.
Una familia -dos niñas llamadas Josefa y Sofía, su madre uruguaya y un inglés- estaba reunida alrededor de un gran árbol iluminado y adornado: un árbol de Navidad. El hombre de la casa había exportado una tradición anglosajona, e instalaba así el primer símbolo navideño en suelo argentino. Pero ocultaba una historia mucho más curiosa.
Veintiún años atrás, una columna de soldados británicos, a cargo del teniente coronel Duff avanzaba por la calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre) con la orden de apropiarse de cualquier edificación para establecer allí un fuerte.
Llegando a la actual Carlos Pellegrini, se encontraron con la iglesia de San Miguel Arcángel, en la cual intentaron entrar, sin lograrlo. Los porteños comenzaron a disparar desde sus casas -con todo lo que tenían a mano- y, sin apenas darse cuenta, Duff perdió a ochenta de sus cien hombres. A las cuatro horas, los ingleses se rindieron.
El joven soldado Michael Hines -de 18 años- cayó herido de gravedad en el atrio de la iglesia. Don Jorge Terrada, un vecino que vivía en lo que hoy es Suipacha 55 decidió llevarlo a su casa y curarlo.
Se dice que la propia señora de Terrada lo llevaba a tomar aire y sol en su propio coche, y luego de varias semanas, Hines comenzó a trabajar en el negocio de los Terrada. Bien recuperado, su familia adoptiva se enteró de la verdadera identidad del joven.
Había nacido en Dublin (Irlanda) en 1789, y fue criado por Mary Hines, ignorando quiénes eran sus padres. Ella lo tuvo hasta los 18 años, llamándolo Michael y dándole su propio apellido.
Al llegar a esa edad, ella decidió revelarle su identidad, diciéndole el nombre de los padres, dándole un documento que certificaba su origen y un anillo. Así se enteró Michael que su padre era nada menos que el Príncipe de Gales (luego rey Jorge IV de Inglaterra) y que su abuelo era Jorge III, el “Rey Loco”.
El nombre de su madre nunca se supo, aunque en 1789 Jorge de Gales se había casado secretamente con la hermosa y joven viuda Mary Fitz-Herbert, matrimonio considerado nulo, ya que violaba las leyes de la Corona. Como buen irlandesa, era católica, cualidad prohibida para alguien de la realeza inglesa.
En 1795, el príncipe se casó con una prima, pero fue un verdadero desastre que costó años de escándalos y peleas. La esposa lo acusó en 1806 de tener un hijo ilegítimo con una irlandesa, que bien podría ser el Michael de esta historia.
Al enterarse Michael de quién era su padre, viajó a Londres, ciudad que por entonces hervía de júbilo debido a la conquista de Buenos Aires. A orillas del río Támesis, rompió en mil pedazos el documento que probaba su genealogía y, junto al anillo, lo arrojó al agua. Decidió para siempre olvidarse de su procedencia, y enrolarse en las fuerzas armadas que invadían Sudamérica.
Lo que no sabía es que no llegaría a Buenos Aires como soldado victorioso, sino como un combatiente herido adoptado por una humilde y amorosa familia criolla. Libre en Argentina, inició un negocio de compra y venta de maderas, y conoció a la mujer de su vida, María González, con la que se casó.
Su casa en Buenos Aires estaba en el barrio de Santo Domingo, el más elegante en ese entonces, y frente a la Manzana de las Luces (Alsina y Perú). Fue en esa casa que en la noche del 24 de diciembre de 1828 se vio una gran iluminación, increíble para la época. Tanto que los vecinos corrieron, pensando que era un incendio.
La verdad es que en la sala de la casa había un enorme abedul con decenas de velas encendidas, adornos, estrellas plateadas y regalos. Había nacido el primer árbol de Navidad en Buenos Aires. Su creador, el hijo bastardo de un rey.
(*) Periodista, especial para Perfil.com