Cuando le preguntan qué es del mejor jugador de tenis del mundo, Alejandro dice que es el tío. “A veces me pasa, en las clínicas que doy en los municipios, que me dicen ‘¡pensamos que venía Andy!’”. Alejandro Murray se ríe, y se siente halagado cuando le preguntan por su parentesco con el ídolo del tenis. Es que, como al jugador británico, el deporte también marcó su vida: desde Necochea, donde empezó a tirar sus primeras pelotas, hasta sus primeros días en Buenos Aires, a los 14 años, sus entrenamientos en los clubes Ferro y Obras, y en el Lawn Tenis. Además, donde compartió cancha con jugadores como Guillermo Vilas, Franco Davin y Daniel Orsanic.
Durante los últimos años trabajó dando clínicas de tenis en los municipios de la Provincia, pero su desafío actual es uno de los que más lo entusiasman: dos veces por semana da clases de tenis, un deporte considerado “de élite”, a chicos que están en institutos penales de la provincia de Buenos Aires, y en hogares convivenciales. Menores que están en situación de encierro, en conflicto con la ley, y que en muchos casos no tienen familia. Y que poco o nada conocían del tenis.
“Yo venía entrenando adultos o entrenadores, pero siempre sentí que los jóvenes eran los que necesitaban más ayuda, tal vez por lo que me pasó a mí de chico, que sentí el desarraigo de estar solo en una ciudad grande, que tuve que pelearla y que siempre necesité ese empuje”, cuenta.
Las clases –que son parte de un programa del gobierno provincial– duran alrededor de 45 minutos, con grupos que van variando: a veces son diez, otras son veinte. Murray y otros profesores llevan las raquetas y las pelotas, que después dejan a los chicos para que sigan jugando. Sus alumnos ahora hablan de los partidos que vieron, y le preguntan si puede llevar jugadores. “Siempre me piden por Del Potro”. La idea es que luego puedan hacer torneos entre los módulos del instituto y, el día de mañana, entre institutos.
Inclusión. “El objetivo de este proyecto es acercar no sólo el tenis y el deporte a los chicos, sino mejorarles la calidad de vida. Que puedan aprender conductas solidarias, de compañerismo, jugar en equipo”, cuenta sobre el programa deportivo que depende del Ministerio de Desarrollo Social bonaerense, y que opera a través de la Subsecretaría de Deportes y el Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia.
La idea es llevar el deporte a los distintos institutos penales, hogares convivenciales y espacios de alta vulnerabilidad de la Provincia, donde, además de tenis, este año empezaron también con otros deportes, como rugby (ver aparte), judo y boxeo. A nivel federal, esta semana por primera vez hubo una clínica de tenis en Marcos Paz con Mariano Zabaleta y Juan Ignacio Chela, que jugaron con reclusos.
“Cuando empecé a venir a los institutos, algunos nunca habían visto una raqueta. Yo les explico un poco del deporte y de la técnica, y después empezamos a jugar. Al principio me decían ‘profe, usted seguro después no viene más’, y yo ahí sentía el abandono que a lo mejor vivieron de más chicos, no lo sé. Pero enseguida les contestaba que volvía. Y volvía, y eso les gustaba. Para mí, como profesor, relacionarme a través del juego y las reglas es importante, porque veo que así ellos empiezan a respetarse y a ser más comunicativos, entre ellos primero, y después va a ser fundamental para que el día de mañana puedan tener un trabajo”, cuenta. “Transpiran, juegan, corren; y cuando hacemos partidos yo soy juez y ellos están atentos a las reglas; son muy respetuosos”, agrega.
Los viernes, además, enseña a chicos que viven en cuatro hogares, con los que hace torneos mixtos, en los mismos institutos o en un club de La Plata. “Ellos se enganchan mucho; si va a llover, el jueves ya me mandan mensajes para tener clase igual”, cuenta.
Usar el rugby como “puente”
“Los chicos no conocían el deporte, y eso estuvo bueno porque nos permitió romper con todo lo que ellos ya conocían y generar un cambio de roles y que todos fueran un equipo: los que se creían líderes ya no lo son, y los que estaban medio tapados elevaron su autoestima. Enseguida vimos cambios de conducta, respeto, cuidado al prójimo”, cuenta Gastón Tuculet, que junto a Ariel Rodríguez enseña rugby desde hace cuatro años en institutos penales de menores.
Según el Ministerio de Desarrollo Social bonaerense, 100 chicos ya lo practican, y esperan llegar a 200 a fin de año. Además de construir dos canchas, donde los chicos también juegan con jugadores de clubes de La Plata que se acercan.
“Enseñarles rugby es un puente para mostrarles que pueden estar mejor, respetarse y compartir con gente que les da una mano”, agrega Tuculet.