Después de la tormenta, dicen, suele venir la calma. Pero ése no fue el caso para los argentinos, y mucho menos aún, para los cientos de miles que decidieron que la manera de recoger los pedazos de la explosión económica, financiera y social que dejaron los últimos días de diciembre de 2001 era irse a probar suerte, como habían hecho sus abuelos aquí, en otras tierras.
Según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones, más de 800 mil argentinos se fueron del país a partir de la crisis. Se trató de la mayor ola emigratoria de los últimos cien años, dicen los demógrafos participantes en el informe. Es que el perfil de la población que se fue entonces era principalmente “joven, profesional y en edad productiva y reproductiva”.
Traducido en números duros, la puerta de salida –principalmente Ezeiza, con destino a España (casi 230 mil personas) y Estados Unidos (144 mil), pero también a países vecinos (a Paraguay emigraron, o volvieron, 61.649 y a Chile, 59.637– fue la opción para el 2,1 por ciento de la población total del país en ese momento. También se eligió Israel (43.718) e Italia (11.576), países que, por su intercambio migratorio histórico con la Argentina, ofrecían posibilidades para los hijos o nietos habilitados para conseguir la doble nacionalidad.
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