SOCIEDAD

El silencio de las inocentes

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Ellas nunca pudieron contar cuánto sufrieron antes de su muerte, ni les fue posible elegir con quién vivir. Tampoco tuvieron posibilidades de recibir afecto, cariño maternal o contención familiar.
Ahora que ya partieron de este mundo, todos nos sentimos desgarrados por lo ocurrido, y corren ríos de tinta o cataratas de palabras (algunas ridículamente altisonantes) para reivindicar la memoria de las “pobres víctimas” y llamar la atención sobre un drama social que se expande en la sociedad argentina.
En el “mientras tanto”, ni los vecinos ni la Justicia de familia y de minoridad ni los familiares ni los organismos del Estado competentes en el tema hicieron lo necesario para evitar otras tragedias más que, aunque no son hechos originales, se reiteran con llamativa frecuencia.
Por supuesto que nos estamos refiriendo a Priscila, 7 años (de Berazategui), y a Luciana, 3 años (de Mendoza), las “inocentes” que no pudieron avisar el triste fin que les esperaba a manos de sus madres y sus respectivos “padrastros”. La “madre-asesina” de Priscila, que tiene gran cantidad de hijos, focalizaba su agresividad en ella (quizás por un encono añejo contra el padre de la niña) y le propinaba diarias golpizas, de lo cual ya están dando testimonio vecinos y familiares. La paliza final (seguramente de proporciones feroces) produjo una fractura de cráneo que la llevó a la muerte.
Después, el intento para incinerar el cadáver y el “cortejo final”, donde el padrastro y toda la familia trasladan el cadáver de la niña al arroyo en que fue hallado el cuerpo, hablan a las claras de la ausencia de vibración emocional y carencia de sentimientos altruistas en los principales protagonistas de esta historia cruel: la madre y el padrastro.
Luciana, con sus escasos 3 añitos, tenía una madre “abandónica” afecta a las drogas y al alcohol que, “casualmente”, estaba en pareja con un ex convicto, consumidor inveterado de drogas ilegales y contumaz golpeador de la niña y sus hermanitos, cosa que hacía con conocimiento y aceptación de la madre y pasividad de los vecinos que sabían del drama de los niños. La abuela y una tía de Luciana, “ante las condiciones indignas de la casa en que vivía” (como lo expresaron por escrito), intentaron quedar a cargo de la crianza de la pequeña. Sin embargo, la Justicia (en la creencia de que seguramente la mejor educación para la niña se la darían una madre drogadicta y un padrastro con “frondoso prontuario”, golpeador de menores indefensos) resolvió que Luciana “volviera a estar a cargo de su madre”. Naturalmente, y como no podía ser de otra manera, en la primera oportunidad que se le presentó al padrastro, “molió” a golpes a Luciana, y la abandonó moribunda en un Hospital de la zona.
Una vez más, lamentablemente, fallaron todas las instancias que hubieran podido evitar que las tragedias descriptas se desencadenaran. Sin embargo, hay muchísimos casos en que, sin llegar a la muerte, las pequeñas víctimas quedan con huellas indelebles del maltrato, las carencias afectivas, los golpes, las violaciones y tantos otros sufrimientos de los que nadie se entera, o si se entera, no actúa ni los denuncia por temor, por desidia o por indiferencia cómplice.

* Médico psiquiatra y legista.

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