SOCIEDAD
EL REPORTAJE DE MAGDALENA AL RABINO SERGIO BERGMAN

"En un país bendito, la maldición somos nosotros mismos"

Es un rabino mediático y uno de los creadores de Memoria Activa. Ayuda a los necesitados desde dos fundaciones judías y colabora con la red solidaria de Juan Carr. Cree que el atentado a la AMIA nos afectó a todos y que los votos misioneros defendieron los valores republicanos.

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FARMACUTICO Y BIOQUMICO. Recibido en la UBA y con padres sin formacin religiosa, Bergman no teme hacer poltica. | Cedoc
–¿Cómo es ser rabino en un país que, si bien no es demasiado practicante, es de raíz católica?
Sergio Bergman piensa brevemente la respuesta. Es rápido, inteligente y su imagen mediática es ampliamente conocida. Sería un exceso, entonces, describirlo. Sin embargo, es interesante registrar que su intensa actividad no sólo abarca la sinagoga de la calle Libertad sino también, en las casas adyacentes, un trabajo solidario que se organiza prolijamente a través de la Fundación Ariel (de Empleo y Emprendimientos) y la Fundación Judaica que proclama el apoyo fraterno para todos aquellos que transitan el desamparo de la soledad y la pobreza.

—Ser rabino en la Argentina es parte del reconocimiento de la memoria como nación –explica Bergman–. No se puede entender a la Argentina sin la unidad de nuestras diversidades, y entender también que todos los que, de alguna manera, reconocemos el protagonismo de la Iglesia Católica desde las gestas patrias dándole una impronta a la identidad nacional, sabemos también que la famosa generación del 80 planteó que todo aquel que habitare este suelo, independientemente de su expresión de conciencia y de culto, de su raza y de su origen, era bienvenido para desplegar este sueño que la Argentina siempre fue y que aún nos debemos.
Somos entonces continuadores de ese pacto nacional, de esa promesa que se les hizo a nuestros abuelos inmigrantes y que hoy, para nosotros, sigue siendo la manera de contribuir desde la singularidad judía, en un proyecto de nación para todos los argentinos.

Al escuchar al rabino Bergman no podemos dejar de hermanarlo con la generación post Concilio Vaticano II:
—¿Usted no se siente, a través de tanta tarea con los desvalidos, muy cerca de lo que fue en su momento el movimiento tercermundista entre los católicos?
—Mire, en la tradición rabínica argentina no hay ninguna duda de que nosotros, mi grupo, representamos un cambio de paradigma como fue la obra de Marshall Meyer (de bendita memoria), que ha planteado con absoluta claridad que no hay manera de sostener una coherencia con los principios de la tradición judía como no sea a la luz de la realidad que nos toca vivir. A Marshall y a Roberto Graetz les correspondió una época difícil en la defensa de los derechos humanos en pleno terrorismo de Estado. Desde entonces, existe una impronta de no exigirnos el paradigma de ghetto sino el de ciudadanía. Estamos en un tiempo muy importante porque los mismos criterios que se está planteando la sociedad argentina en general son los que alegamos en la comunidad. No puede ser que nosotros sostengamos y reclamemos fuera de la colectividad judía lo que no sostenemos dentro de ella. Por lo tanto, uno no puede estar viviendo en un ghetto y, al mismo tiempo, reivindicando los derechos y obligaciones que la Constitución nos brinda. Sería como sostener el estado de ghetto. Tenemos que emanciparnos de ese concepto ya, no porque nos opriman o nos recluyan, sino porque gran parte de nuestra comunidad tiene un ghetto mental.

—Es una vivencia interior...
—Bueno, y para romperlo, uno tiene que estar atento no sólo a la forma en que a uno lo segregan sino también a cuánto se segrega uno mismo. A cuánto nos recluimos en vez de integrarnos. Y aquí hay un punto importante: suele confundirse asimilarse con integrarse. Uno no quiere asimilarse, puesto que desea mantener la identidad y la riqueza en su raíz porque valora y aprecia su tradición, pero se integra desde su diferencia y ofrece al conjunto de la sociedad ese aporte singular que no es otro que el de tantas corrientes y expresiones con las que hoy cuenta la Argentina. Nadie duda ya de la cantidad de judíos que han colaborado en las ciencias, las artes, los deportes, etcétera, de nuestro país. Entonces aquellos que tenemos una verdadera vocación rabínica nos preguntamos: ¿por qué no colaborar en la agenda nacional y solamente en la agenda de la comunidad judía?

—Pero usted colabora asiduamente con la red solidaria de Juan Carr. Justamente hoy he leído acerca de una cadena de oraciones pidiendo la libertad del joven Iannone...
—Por supuesto. También en el diálogo interreligioso que se realiza hoy con la Iglesia Católica y con nuestros hermanos musulmanes. Lo hemos hecho en acciones durante la crisis de 2002 cuando hemos participado tanto en los cabildos abiertos ciudadanos como en la Mesa del Diálogo argentino. Todas éstas son expresiones de un nuevo tiempo que la Argentina viene desplegando y que nosotros tenemos que ver como una gran oportunidad de trabajar juntos e integrados en la sociedad que queremos construir.

¿Y qué visión tiene el rabinato joven del tema AMIA?
—Obviamente, la causa AMIA y la causa Embajada son una evidencia más del sistema de impunidad y de mala gestión que tiene la Justicia argentina, pero en este punto también cabe señalar que, en lo que a mí me ha tocado como uno de los fundadores de Memoria Activa, lo que se está pidiendo en la Argentina es justicia para los argentinos y no justicia para una agenda de la comunidad judía, porque el atentado fue contra toda la sociedad argentina. El blanco principal fue la comunidad judía pero nos hirió de muerte a todos los ciudadanos de este país. No hay que pensar en la Justicia para resolver una causa sino hacer causa común por la Justicia con la idea de resolver todo aquello que, en ese sentido, está pendiente en nuestra sociedad.

¿Usted piensa que este concepto resulta claro?
—Sin duda, esto parece algo muy obvio para todos los que tenemos una visión republicana y democrática pero todavía requiere una construcción de conciencia cívica porque nosotros acabamos entrando en la lógica de las corporaciones. Es decir que cada uno sale a defender su causa o su interés. Y, en realidad, de lo que se trata es de volver a afirmar los valores que nos constituyen como nación. Con gran esfuerzo y mucha sangre derramada hemos logrado vivir en democracia. Es necesario, entonces, sostenerla con responsabilidad. Pero yo diría que no tenemos República. Tenemos un sistema republicano formal pero la República, como tal, no funciona.

—¿Es decir...?
—Tenemos un colapso en la autonomía de los poderes; nuestra Justicia no es ni eficiente ni independiente ni está equipada con un presupuesto que le permita actuar regularmente. Debe ser hecha con una vocación de servicio hacia lo público. En este momento está dispuesta como para mantener intereses sectoriales o prebendas. Los ciudadanos debemos reagruparnos por causas transversales de ciudadanía. Por ejemplo, justamente la Justicia. Si los de la comunidad judía sentimos que los temas como Embajada o AMIA están pendientes, bueno... es una contribución, pero no es toda la causa ni todo el problema. ¡Hay tantas otras cosas en las que tenemos que trabajar! Ahora se abre una nueva etapa en la causa AMIA y lo que debemos seguir sosteniendo es que haya justicia para todos los argentinos por igual sin ningún tipo de distinción.

—¿Usted no cree que la terrible crisis del 2001/2002 integró a las comunidades? Me refiero tanto a las religiosas como a las civiles. Y que, lamentablemente, los movimientos barriales que estaban formándose terminaron por diluirse...
—Pienso que éste es un fenómeno muy interesante porque ha planteado que, desde la desintegración, puede darse la integración. Hay una Argentina que está conformándose y que siempre estuvo pero eclipsada. En este país hay muy buena gente. Solidaria. Con ganas de hacer las cosas, de trabajar pero, quizás, las buenas noticias no son noticias o también habría que preguntarse por qué el Mal se organiza tan rápidamente en asociaciones ilícitas mientras que el Bien queda reducido a la desarticulación. Creo que es un problema cultural. Los años 2001 y 2002 nos dieron grandes oportunidades de aprendizaje. Nos enseñaron a tener disciplina y a mantener una democracia republicana. Si un presidente no sirve, no se va como lo hizo De la Rúa. No se fue por las cacerolas. Esa es una ilusión. Se fue por un movimiento que no era un golpe militar pero sí una movida de reorganización de fuerzas que pensaron que el país podía armarse como un partido de fútbol con los ciudadanos como espectadores. Todos los problemas que tenemos los argentinos son la expresión de un mal de raíz; de una cultura sin valores. No es un problema ni político ni económico. En un país bendito como es el nuestro la maldición está en nosotros mismos pues no pactamos como socios de la sociedad en general. La tomamos como un producto terminado con un espíritu nostálgico y de queja que nos lleva a lamentarnos en vez de actuar. La pregunta sería entonces: ¿en qué soy socio con mi conciudadano y en qué estoy dispuesto a asociarme? Si insistimos en la ilusión óptica de que una cacerola sacó a un gobierno y no pensamos en democracia con participación responsable, estaremos hablando sólo de una democracia electoral y no real. No sostuvimos los temas de la agenda. No hubo reforma política. Parecería que el único valor a sostener es aquello de un peso/un dólar y la catástrofe del corralito termina así por convertirse en la única experiencia que nos movilizó a todos. Fíjese que en cuanto nos liberaron del corralito seguimos siendo los mismos que no aprendieron la lección. Apenas hay una situación ficticia de superávit general, no advertimos que no ha habido cambios estructurales. Hay que reconocer buena gestión pero una buena administración no es tener un plan de Estado ni una visión de país. En la coyuntura en la que nos encontramos hoy, hay una caja que se usa para seguir comprando voluntades políticas, una sociedad anestesiada.

—Bueno, pero ¿cómo analiza entonces lo ocurrido en Misiones?
—En este contexto hay que agradecerles a nuestros hermanos misioneros que vivieron las prebendas de un sistema político perverso pero no entregaron el alma. Es toda una enseñanza para aquellos que vivimos en las grandes ciudades. La provincia de Misiones es un compromiso cierto en defensa de los valores republicanos y democráticos. Yo diría que combatir las reelecciones indefinidas es una primera instancia. No se trata de pelear con vocación de política partidaria sino de construir (como lo están haciendo los religiosos con otros ciudadanos) un espacio de legitimidad de la política cívica. La política no es una mala palabra. Es un campo imprescindible en la construcción de un país. Todas estas acciones (como en Misiones o en Formosa) van demostrando que de la mala política sólo proviene más de lo mismo. La buena política, repito, viene de la sociedad civil. Habrá que movilizarse también para que las provincias que tengan habilitadas las reelecciones indefinidas en su Constitución no hagan uso de ellas. Va a llegar un momento en el que tendremos que movilizarnos para pedir la reforma de las Constituciones que así lo permitan.

Usted subraya la importancia de tomar la iniciativa...
—Claro. Asumirse como última línea de defensa no es una buena situación. Tomando la iniciativa, volvemos al punto en el que la Constitución nacional es la única que regula la autoridad y el poder. La Constitución está para servir al pueblo y no para ser usada como instrumento de poder.

Bueno, los anglosajones usan la imagen del servidor público.
—Esa figura es muy interesante. En estos tiempos, yo personalmente tengo la concepción de un civismo religioso. Y esto significa una postura no confesional, que no tiene que ver con Dios. Aun para los que creemos en Dios, tiene que ver con el hombre. Es decir, trabajar para que una sociedad pueda mantener la dignidad de lo humano en las herramientas que el Estado nos da. En este punto, entonces, la figura del servidor público conlleva una vocación de servicio, tener disposición por el bien común y no usar ventajas ni prebendas y crear una situación en la que el otro sea rehén. Tenemos que ser los portavoces de un juramento poco cumplido. Y me refiero a aquello de “Dios y la Patria os lo demanden”!

El rabino habla con profunda convicción. Con un permanente entusiasmo:
—¿Cómo nació su vocación, Bergman? ¿Desde niño sintió el llamado de Dios?
—No. Mi familia es del tipo tradicionalista, secular, sin una formación especialmente religiosa. Mis abuelos vinieron de Lodz, Polonia, y mis padres nacieron en la Argentina. Ellos perdieron a toda su familia en el Holocausto. Yo no tenía una formación religiosa pero sí tradicional en el marco de la comunidad. Dentro de este contexto, para mi Bar Mitzvá, mis padres buscaron una sinagoga que resultó ser la del rabino Graetz, que después ocupó Marshall Meyer. Así tomé contacto con la religión a través de una concepción amplia y moderna. Pero mi vocación se fue desplegando en el área del trabajo social y de la educación. De hecho, nosotros, como rabinos, no somos sacerdotes (en el pueblo judío no hay más sacerdotes desde la destrucción del Templo de Jerusalén) sino maestros espirituales.

¿Usted tenía otra profesión?
—Sí, yo soy egresado de la UBA en Farmacia y Bioquímica. De hecho, estaba trabajando en la industria farmacéutica mientras emprendía mi actividad comunitaria en la educación y, en un determinado momento, tuve que tomar una decisión más vocacional gracias a la sabiduría de mi mujer... –sonríe–. Me alentó mucho. Y si bien ella se había casado con un farmacéutico y bioquímico y no con un rabino, consideró que si ésa era mi vocación, me acompañaría en ese camino.

—Me imagino que, cuando se quiere a alguien, es un camino imposible de transitar solo...
—Por supuesto. Es todo un programa de vida para una familia y, en ese sentido, ellos, mi mujer y mis cuatro hijos lo asumieron plenamente. Todos formamos parte de este desafío. La comunidad judía siempre consideró que el primer núcleo, que luego se expande, es la familia. La familia que se transforma en comunidad. Y debo subrayar que esto forma parte de una contribución que ha hecho toda mi familia en aras del trabajo que realizo desde la comunidad judía hacia la sociedad argentina.