Hace seis años, tras el fallo que condenó a 12 años de cárcel a su abusador, Sebastián Cuattromo (41) decidió hacer público su testimonio como víctima de abuso sexual en la infancia y crear una organización con la que pudiera ayudar a otros que hubieran atravesado lo mismo que él. Así fue que surgió Adultxs por los Derechos de la Infancia, asociación que creó junto a su pareja, Silvia Piceda (50), quien también fue víctima de abuso cuando era chica.
“Nosotros vivenciamos que a medida que lo contás es absolutamente sanador, sobre todo si estás en un ambiente empático, donde hay gente que te escucha y cree, que no te juzga ni te dice lo que tendrías que haber hecho”, cuenta Piceda. Por eso, además de dar charlas contando sus testimonios, cada sábado organizan reuniones en un centro cultural de Flores, adonde cualquiera puede acercarse para compartir su historia. A partir de las denuncias por abuso de menores que vivían en la pensión del Club Independiente recibieron muchos llamados con consultas, por eso insisten en la importancia de visibilizar aún más el tema, y exigir como sociedad que se condene a los abusadores.
“Muchas víctimas de abuso tratan de tapar y seguir adelante. Pero a mí la vida me mostró que no sirvió”, dice Silvia. En su caso, su abusador fue un hombre cercano a sus padres, que se aprovechó de ella cuando tenía 10 años. Recién a los 42 pudo asumirlo, cuando se enteró de que su ex marido y padre de su hija había abusado de otra hija mayor. “Un día me di cuenta de que me había casado con un abusador. Para mí fue tremendo, pero mi hija me rescató mi infancia. Pude reconocerme como niña vulnerada, admitir mi situación y compartirlo, sabiendo que eso puede ayudar a otros”.
Cuattromo sufrió abuso por parte de un docente y religioso del colegio Marianista de Caballito, a sus 13 años. A los 22 pudo contárselo a alguien por primera vez, y entender la gravedad de lo que le había pasado. “Yo sufrí mucho mi adolescencia, y por mucho tiempo me sentí imposibilitado de relacionarme y vincularme con los demás. Cargaba con vergüenza y culpa por lo que me había pasado, y eso visto desde la mirada de un adulto es muy injusto”, dice. “Por eso lo importante para mí fue ponerlo en palabras, hacer la denuncia, ir a juicio y lograr una condena, aunque haya sido a veinte años del delito. Todos esos logros fueron más importantes que el castigo en sí”, asegura. Fernando Picciochi, su abusador, ya está libre.
En el colegio. En 2004, el artista Peter Malenchini admitió en una cámara oculta haber abusado de sus alumnos en el colegio San Juan El Precursor de San Isidro, unos veinte años antes. Lo hizo frente a ellos, los mismos chicos de quienes había abusado cuando tenían 12 años y que, ya siendo hombres de más de 40, lo enfrentaban luego de años de silencio. Todo salió a la luz en una reunión a 25 años de su egreso, cuando uno de ellos habló de los abusos que había sufrido. El murió al poco tiempo, y eso llevó a que otros nueve contaran que ellos también habían sufrido abusos por parte de quien entonces era su profesor de plástica. Dado el tiempo transcurrido no podían presentar una denuncia, pero sí buscar la condena social, primero con escraches, que luego derivaron en el encuentro y la cámara oculta. “A partir de que hicimos público lo que nos había pasado yo cambié un montón. Mi personalidad, mi trabajo, la forma de vincularme con los demás. En la adolescencia yo no hablaba. Todo eso lo fui viendo después, entendiendo por qué de más chico reaccionaba de ciertas formas. Ahora todos saben quién soy. La verdad nos hace libres. Uno tiene que amigarse con uno, porque al principio sentís una culpa terrorífica, pero hay que saber que uno no fue culpable. Yo escribí un libro, que junto con el arte me ayudó mucho”, dice Luis María “Tupa” Belgrano (59). Su hermano Juanqui también fue víctima de abuso por parte de Malenchini, que entonces era profesor de plástica del colegio.
Visibilizar. “Cuando me pasó a mí, esto no se hablaba. Mis padres no lo hablaban, en terapia no se hablaba. La sociedad no hablaba. Cuando mis hijos tuvieron edad para entender se los conté, para que se cuidaran y hablaran conmigo ante cualquier tipo de inconveniente. Tener un referente de confianza es fundamental”, aporta Claudio Guerchicoff (66). Su abusador era un primo mayor que él.
“El abusado no tiene que ser el que esté condenado a nada. Esto es un trauma, pero hay que hablarlo y buscar la condena social y jurídica , y educar y visibilizar para que no pase más. Yo tenía 50 años cuando lo pude asimilar y empezar a sanar una herida. La cicatriz no se borra, pero se puede tener una vida plena, amar, ser amado”, agrega.
Un libro que cuenta la ‘batalla’ de una víctima
Belén López Peiró fue víctima de abuso intrafamiliar, y pudo, además de denunciar a su abusador, contar su historia en un libro, Por qué volvías cada verano. “Hay libros que son hechos. Este es uno: se puede leer como una novela, como una denuncia, como la propia construcción. Porque es todo eso: una novela polifónica, el relato de un abuso padecido en la adolescencia a manos de un hombre armado, un tío poderoso, el macho de la familia y del pueblo. Y un hecho: acá está la mujer que fue la nena que ese tipo quiso romper para su uso personal. Y está toda entera, fuerte, hablando de lo que da tanta vergüenza hablar. Escribiendo contra todos los que intentaron callarla. Contra sí misma, incluso, a veces. Este libro es una batalla: la que ganó Belén (...) iniciando un juicio, buscando asesoramiento legal en un sistema que no se lo prodiga a las víctimas, contándoles a todos sus parientes y vecinos, obligándolos a ver lo que no querían ver”, dice el prólogo escrito por Gabriela Cabezón Cámara.